Mi
querido Lucilio, por el mucho cariño que te tengo y sabiendo que ya está el
verano muy cerca, me he atrevido a darte estos consejos que espero te sirvan
para vivir mejor.
Lo primero, querido Lucilio, es que seas
rebelde, pero no un rebelde de esos que lo son por contestar mal a sus padres o
a los profesores; no, si quieres ser de verdad un rebelde, lee durante este
verano unos cuantos libros, que elegidos con acierto y bien asesorado, te harán
más libre. No se trata de leer mucho, sino de leer bien y, si así lo haces,
harás del libro un compañero fiel para toda tu vida.
Aprovecha el tiempo, no lo dejes pasar en distracciones que nada te
proporcionan, pero también te digo que nunca te angusties por su paso: mientras
te escribo, el presente se ha ido y ya
es pasado y lo que era futuro ya es presente. El tiempo pasa, pero, si eres
dueño de tu tiempo, el tiempo no habrá pasado en vano.
Dedícate a ocupaciones que te enriquezcan,
pero nunca dejes de admirar el amanecer, de fijarte en las estrellas o escuchar
la música de los chopos. Si alguna vez, algún problema te atenaza, querido
Lucilio, mira el mar: no hay problema que sea tan grande como su inmensidad y
te sentirás aliviado. Y también al amanecer, camina descalzo por la hierba para
sentir el beso de la Magna Rea.
En los días de lluvia que te obliguen a
permanecer en casa, no te deprimas y escucha lo que cuentan las gotas de lluvia en el
tejado: siempre tienen viejas historias que contar.
Agradece a los dioses el que puedas recibir
formación con el grammaticus porque
hay muchos niños que no pueden estudiar y pasan su vida como esclavos o luchando
en las guerras. La formación que recibes es un regalo que no debes, caro
Lucilio, desaprovechar de ninguna manera.
Escucha la voz de la naturaleza; escucha un mirlo al amanecer o una alondra
cuando el sol se ponga porque en las cosas pequeñas, Lucilio, está la felicidad
y los poetas nos ocupamos de las cosas pequeñas.
No tengas reparo en darte, de vez en
cuando, un pequeño placer: como esas tortas que preparan los panaderos con
harina y que llevan un relleno de queso de oveja; un sabillus, un globus, una tripatina pueden darte la alegría. Que nunca
llegues a viejo y te arrepientas de haberte negado estos pequeños placeres que,
como ves, nada tienen que ver con las fiestas sin tasa y la ebriedad
enloquecida.
No tengas miedo tampoco de ser una avis rara, un pájaro solitario en su
rama. Es mejor serlo, que volar en bandada con el camino marcado. Desde tu rama
solitaria, harás llegar tu canto al corazón de los hombres.
En fin, querido Lucilio, perdóname si me
extiendo en demasía, pero propio es de los viejos escribir muchos consejos que
vosotros, los jóvenes, siempre llenos de harta prisa, escucháis con desgana
porque, aunque vuestro tiempo es más largo que el de los ancianos, sin embargo
todo lo queréis al momento. Pero déjame
darte algunos consejos más que a los que iré añadiendo otros, en otras cartas
que te pienso escribir, que te harán la
vida más plena y más provechosa.
Elige bien tus amistades y piensa que a un
verdadero amigo le vas a contar tus cuitas como si hablaras contigo mismo. Por
tanto, no aceleres la elección y date un tiempo adecuado a tan difícil
cometido. Recuerda lo que decía Cicerón: El
amigo verdadero se ve en las situaciones difíciles.
No olvides nunca tu infancia y regresa a
ella con frecuencia porque dice los sabios que es bueno conservar el niño que
vive en nosotros. Sin embargo, te digo que, a diferencia de los niños, seas
constante en tus empresas pues es la constancia la que nos hace llegar al final
del camino. También te digo que no abandones nunca la cortesía ni siquiera en
la lucha diaria del foro. Más hacen dos cucharadas de miel que cinco de hiel.
Cuando
te veas en momentos de dificultad y no sepas bien lo que te está ocurriendo,
busca una solución que no dañe a otro y sobre todo, procura la paz de tu alma. Recuerda
que la vida fue creada por los dioses no para ser entendida, sino para ser
gozada y que hay muchos acontecimientos en ella que no podemos, en nuestro
corto entendimiento, comprender. ¡Ojalá que el padre Júpiter un día nos haga
entender este tapiz que estamos viendo por la parte de los nudos!
No pretendas, Lucilio, gustar a todos porque no somos los hombres
monedas de un sestercio que a todos agradan. Es más, el rechazo de los que te
encuentres por la vida te hará más fuerte y más brillante como la monedilla
que, pasando de mano en mano, adquiere el brillo de la plata.
No viajes sin ton ni son. Es propio de un
alma enfermiza querer cambiar continuamente de lugar y no parar quieto en
ningún sitio. Tampoco en las lecturas, de las que antes de hablaba, andes
saltando de una a otra y persiste en los libros mejores, en esos que, al
acabarlos, te hayan convertido en mejor persona.
No
temas a la muerte pues nada sacas con eso sino estropear la corta vida que los
dioses nos conceden. La muerte llegará cuando el padre Júpiter lo crea mejor y
más oportuno para ti. No temas el día último ni lo desees.
Y ya más nada, Lucilio de mi alma. Lee estos
consejos con tanto amor como están escritos y perdona la extremada longitud de esta epístola. Piensa, caro amigo, que
este viejo que te escribe no busca para
ti sino lo mejor.
Vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario