Encontrábase
el rubio rey el en el patio de comedias conocido como Corral de la Cruz
admirando a aquella actriz pelirroja que, expósita de una inclusa, había sido
recogida por don Juan Calderón, hombre de teatro que la había adoptado como
hija en el año de gracia de 1611. Corría el año 1627 y aquel pasmado rey, como
andando el tiempo le llamaría un ferrolano escritor, notó que un fuego
irresistible le subía hasta sus labios ansiosos por gustar la boca sonrosada,
granada de rojas perlas, de aquella muchacha a la que las gentes apodaban, por
el apellido del padre, La Calderona. La actriz, aun siendo tan joven, ya conocía
el amor con un cómico del rey y con un noble, don Ramiro Núñez de Guzmán, duque
de Medina de las Torres que viudo estaba de la hija del Conde Duque de Olivares,
todopoderoso amo y señor de todos los reinos de las Españas. Le bastó al rubio
rey pasmado un gesto a su acompañante para que éste, al acabar la obra, le
presentara a la Calderona y la mujer, al ver al rey Felipe, cayó rendida a sus
pies pues se vio al punto colmada de aljófares y oro. Desde aquella tarde, el rey y la cómica se
veían a escondidas y ya muy pronto, en
los mentideros de la Villa y Corte, se hablaba de “lo del rey” con aquella
comedianta. Pero el rey la quería sólo para él y le prohibió a la Calderona que
siguiese actuando; hasta tal punto llegó su locura por ella que le regaló el
mejor palco de la Plaza Mayor matritense para que, desde él, asistiera a los
espectáculos que en tan magna plaza se daban. El pueblo de Madrid, siempre tan
agudo, bautizó aquel balcón como el “balcón de Marizápalos” pues había sido con
ese baile con el que había cautivado al rey de las Españas. Pero Isabel de Borbón,
reina de España y santa esposa del “pasmado”,
puso el grito en el cielo y el monarca tuvo que pedir a su amante un
poquito de discreción.
No por ello dejaron de verse y fruto de
esos encuentros fue el embarazo de María Inés Calderón y el alumbramiento de un
niño del que ya hemos hablado en una de estas entradas: don Juan José de
Austria.
Pero la reina, que a la postre se
enteró del nacimiento del bastardo, no podía vivir con los celos y obligó al
rey a separarse de ella. El rey, que temía sus propios impulsos sexuales, la
mandó al monasterio benedictino de San Juan Bautista, en el pueblo alcarreño de
Valfermoso de las Monjas. La Calderona vivió en este convento más de quince
años y llegó a ser su abadesa. Es más que probable que muriera en él en el año 1645 aunque algunos cuentan que fue en
1646. Año más o año menos, viene a ser lo mismo. La actriz no tenía más de
treinta y cinco años cuando la muerte la vino a buscar. Sin embargo, fama es
que la cómica huyó del convento y que acabó sus días en una sierra al norte de
Valencia que lleva el nombre de Sierra
Calderona en su honor. Todo era posible en aquella España del siglo XVI llena
de pícaros que tenían que sobrevivir en un país pobre pero con los bolsillos
llenos de pan. Como dijo Juan del Encina, ¡triste España sin ventura!