He terminado esta mañana Prospect Park de Hilario Barrero, un libroque me he ido guardando porque sabía que me iba a gustar; vamos, que he hecho como de pequeño hacía con la ensaladilla de los entremeses. En este diario del gran poeta toledano, me han llamado la atención varias líneas argumentales que recorren todo el volumen La primera, la gran sensibilidad de Barrero con relación al tiempo y a su paso, ese paso que nos va envejeciendo, que va dejando su huella en la naturaleza y en los seres humanos y que nos engaña volviendo con su aluvión de vida en primavera. Prospect Park es el gran protagonista del libro, es el escenario en donde patinan niños, se aman parejas o caen las hojas de los robles. La segunda línea argumental es, a mi modo de ver, el reflejo de la vida profesional de Hilario que también, como todo, sufre la herida del tiempo y va dejando en el libro melancólica resignación. La tercera es Toledo, su barrio, sus recuerdos de niño, “su” Entierro del Conde de Orgaz en Santo Tomé con el doctor Marañón saliendo de misa de doce; el balcón de la casa familiar, las Navidades, la plaza de Zocodover y la pastelería de Telesforo, las calles toledanas llenas de embrujo por las que un día anduvieron Lope de Vega, El Greco o Tristana. Mas con todo hay una línea que me ha deslumbrado más que las que llevo contadas hasta aquí y no es otra que el amor en el que Hilario y su pareja conviven desde hace más de cuarenta años. También en esta pareja se ve, se nota, la herida del tiempo, pero ese amor fuerte, firme, verdadero que no necesita de fiestas de “orgullo” porque brota de manera espontánea y, a la vez, como fruto de una entrega de años puede vencer, como el amor de Quevedo, esa fría corriente navegada por Caronte. Prospect Park es un libro inmenso que me ha llenado durante su lectura de toda la belleza de ese parque neoyorquino. ¡Gracias, Hilario Barrero, por tan hermosa obra!
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