Cuando
mi tía Gloria volvía de Venezuela, traía unos baúles muy grandes, metálicos,
con los que había cruzado el Atlántico en algún barco de cuyos nombre tan sólo
recuerdo el del “Marqués de Comillas”, un muy afamado transatlántico que hacía la
ruta de Nueva York (en ese barco se marchó la familia Lorca) y, por añadidura, de algunos países sudamericanos,
especialmente, los caribeños. Aquellos baúles enormes en la casa de mis abuelos
me daban un poco de miedo y de ellos salían electrodomésticos que, por aquellos
años, nos parecían deslumbrantes porque la España de los setenta no era como la
España de estos años del siglo XXI. Recuerdo una batidora de palas, una máquina
de afeitar Columbia o una túrmix con varias velocidades. También estaban los
famosos baúles que estaban dedicados a la ropa y que tenían un espejo para que
el propietario se pudiera vestir. Esos baúles se los conocía como baúles mundo
o, sencillamente, un “mundo”, acepción que recoge la Real Academia Española de las Momias.
Desde hacía muchos años la gente usaba
los baúles y, cuando doña Concha Piquer viajaba por los mundos de Dios, también
los usaba y así surgió el dicho, debido
a lo mucho que esta artista se movía por esos mundo de Dios, “viajas más que el
baúl de la Piquer”. Sin embargo, no es tan sólo de estos baúles de los que os
quiero hablar.
Ya, desde los libros de Historia del
colegio, sabemos que Sanjurjo tuvo un accidente de aviación cuando volaba para
ponerse al frente del Movimiento Nacional y que falleció dejando al ferrolano
con el camino expedito. Sin embargo, he sabido en estos días que todo se debió
a un baúl. Sí, como lo leéis. La
avioneta De Havilland DH.80 m Puss Moth, matrícula EC-III iba al mando de un
falangista, Juan Antonio Ansaldo, que era rico, monárquico y gustaba de pilotar
aviones. El piloto le avisó a don José que la avioneta iba con el depósito
lleno y que ese baúl tan pesado les iba a impedir volar, pero el militar insistió y subieron el baúl a la avioneta que llegó a despegar, pero que,
vencida por el peso del baúl, capotó y se estrelló apenas haber recorrido unos
metros. Al falangista no le pasó nada, pero Sanjurjo murió al instante por una
fractura de cráneo. Todo muy novelesco, pero la historia es ciencia seria y hay
que irse a las buenas fuentes.
Según Ángel Viñas, conocido historiador de la Guerra Civil del año 36, nos cuenta que las
cosas no fueron así del todo. Efectivamente, Sanjurjo se empeñó en subir el
baúl, pero la avioneta también llevaba
un depósito suplementario de ochenta litros, que se había instalado de manera un
tanto apresurada y, además, hacía un tremendo
calor que impedía que el motor de la avioneta diera toda su potencia. Si a eso
le añadimos que Ansaldo desconocía el improvisado aeropuerto que se había
creado en un hipódromo cercano a Cascais y que– siempre según Viñas que llegó a
hablar con Ansaldo-, el piloto le pidió a Sanjurjo, a la hora del despegue, que se quitara el cinturón y que se
incorporara, no es difícil deducir que no fue sólo el pesado baúl el que provocó
la tragedia, sino que también la impericia de Ansaldo tuvo bastante que ver. Después, se habló de teorías
conspirativas como más tarde con el accidente de Emilio Mola. En ambos casos
nunca se ha llegado a probar nada. El origen de estas teorías vendría dado porque,
muertos Sanjurjo y Mola, Franco quedaba con el camino expedito ( ya sé que he
usado este adjetivo unas líneas más arriba, pero me gusta porque me recuerda a los
huesos de San Expedito que mi abuela Patro compraba en una pastelería cercana a
la Gran Vía madrileña, justo al lado de donde su prima tenía una mercería que
se llamaba La Balanguera) para ponerse al frente del Movimiento. La “baraka” del
ferrolano entraba otra vez en juego y ya nada le iba a parar para ponerse al
frente de los destinos de España.
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