En la anterior
entrada, hemos contado el mito de Belerofontes y Pegaso, pero el nombre del
caballo nos da algún problema en su transcripción al castellano pues el nombre
es en griego Πήγασος cuya forma latina es Pegasos o Pegasus, con la a
breve que hace que se pronuncie como esdrújula según la simple regla de acentuación
latina que nos dice que, si la penúltima sílaba es breve, el acento se retrotrae
a la antepenúltima siendo pues entonces la palabra preparoxítona. Como veis se
tendría que haber acentuado como esdrújulo porque así lo hace nuestra lengua
madre, el latín, pero, al llegar al castellano a través del francés, Pégase, (pronunciado
[pegás]) se cambió la acentuación a llana. Esto lo repetía don Antonio Ruiz de
Elvira en aquellas clases suyas de la Complutense, muchas de las cuales nos tomábamos libres
yéndonos al bar para tomar unas cañitas con un pinchito de ensaladilla rusa.
(¡Juventud, divino tesoro!) También Belerofontes ( así lo traduce Ruiz de
Elvira) nos puede ocasionar algún problema pues nos aparece en griego en dos
formas: Βελλεροφῶν, de donde proviene la formas Belerofón (poco usada) y
Βελλεροφόντης que nos da en castellano Belerofonte (usada por García Gual
y por Fontán Barreiro) y Belerofontes que es la forma que utiliza don Antonio
Ruiz de Elvira y que, por cariño a su persona,
es la que he usado en la entrada anterior aunque, si partimos del
acusativo latino de Belerophon, -ontis
que es Belerophontem, el resultado sería
Belerofonte que, por otra parte es la forma que utiliza Pierre Grimal en su Diccionario de Mitología Griega y Romana.
En fin, vamos a cortar aquí porque esto no era más que una apostilla a la
anterior entrada y porque tampoco hay por qué extenderse en exceso en estas cuestiones
filológicas no nos pase como a los bizantinos que, dados a estas discusiones “bizantinas”,
no se enteraron de que los turcos ya habían entrado en Constantinopla.
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