No
sé si fuiste un loco o un visionario. Quizás tanto dolor como viste te
enloqueció. Yo te recuerdo con tu cincel y tu maza por la calle Calzada, allí
cerca del puente donde vivías y en donde tenías tu santuario. Recuerdo las
piedras llenas de tus nuevos petroglifos, tus figuras extrañas, tu protesta
callada contra aquellos que te perseguían, que te llevaron a Conxo porque tu
verdad era un insulto en un mundo de
tantas mentiras. Frente al Marín ocupado, frente al Marín silenciado, frente al
Marín “asoballado” por economatos militares y camionetas con pan para los
marinos, estaba tu voz callada en las rocas, tu sonoro silencio de aquel que
conoció la libertad robada. Tus petroglifos – pues lo son aunque les pese a los
arqueólogos que ni te mencionan en Mogor- señalaban los lugares exactos del dolor,
de la sangre, de los “paseos”. En aquel Marín de calles acalladas por las naves
de frío metal y galpones de Nogueira, en aquel Marín en el que el mar era un
sueño lejano, en aquel Marín que no veía el mar y en el que muchos que llegaban
a él no sabían si estaban en un puerto de mar o en un ciudad de tierra adentro,
tu voz resonaba en las piedras. Yo recuerdo tus petroglifos en el matadero de
Mogor y los del “otro matadero”, aquel que aún rezuma con la sangre de los
asesinados en las tapias del cementerio municipal. Tú, José Meijón Area, Pepito Meijón, fuiste la voz de los sin voz. Los poderosos te
llamaban loco y te encerraron un tiempo en Conxo por ver si te curabas, pero
eran ellos los que necesitaban una cura, una cura de bondad, de solidaridad, de
entrega a los demás. Por siempre vivirá tu imagen de “buen loco” (también don Quijote
lo fue) con su cincel y su maza por la calle Calzada. ¡Larga vida a los
valientes, Pepito Meijón!
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