Venisti
tandem, tuaque expectata parenti
vincit
iter durum pietas? datur ora tueri,
nate,
tua et notas audire et reddere voces.
Viniste
al final y el amor a tu padre, que así
lo esperaba,
ha
vencido el duro camino? Se me concede, hijo, ver tu cara
y
oír y hablar palabras conocidas.
Estamos en el encuentro entre Eneas y
su padre Anquises en el inframundo. El padre expresa la alegría por volver a
ver a su hijo y le habla de las voces
notas, de las conocidas palabras. ¡Qué finura espiritual la de Virgilio,
Dios mío! El vate mantuano refleja aquí las conversaciones que tenemos
pendientes con nuestros muertos, con esos que partieron y que se llevaron con
ellos sus palabras porque, al igual que un paisaje se asocia a una persona,
también las palabras son compañeras inseparables y, cuando la persona falta,
sentimos el dolor de tener que guardar en un cajón esas conocidas palabras que
hablábamos con él. Son palabras que se refieren a personas, a lugares, a
vivencias que otros, por suerte aún vivos, no pueden entender por mucho que lo
intenten y por mucho que se las expliquemos. Si pudiera hablar con mi padre, le
hablaría de guitarras, de Peñalara, de la Fuenfría, de la calle de López de Hoyos,
de Marín, del quiosco de Loli y del bar de Lino en Lapamán; si pudiera hablar
con abuela Patro, recordaríamos las tiendas del mercado de Alonso Cano en donde
ella, chamberilera por los cuatro costados, celebraba la kermés en su juventud
de antes de la guerra; si mi conversación fuera con abuelo Luis, le preguntaría
por Ibardin, por Gorría, por la fábrica
de Pasajes de San Juan en donde trabajó. Y así podríamos ir hablando tantas
personas ausentes que llevan, en una misteriosa mochila, los recuerdos y las
palabras porque es con palabras como recordamos. Freud decía que la amnesia
infantil se producía porque el niño carecía del lenguaje para fijar los
recuerdos.
Miquel Martí i Pol, el grandísimo poeta
catalán, lo dijo mucho mejor que yo:
Nosaltres, ben mirat, no som més que
paraules.
¡Ay, Virgilio, cómo duelen tus notas voces!
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