Quiero
contaros la historia de unas botas que me son muy queridas: las Chirucas. Voy a
seguir la historia que cuenta un bisnieto del fundador y que dice así:
Corría el año de 1900, cuando Esteban
Fonfreda, que había nacido en la localidad gerundense de Tortellá, en le Prepirineo
de la La Garrotxa, se marcha a estudiar ingeniería industrial a la universidad
alemana de Kreffel. Tras residir en Inglaterra y Francia, regresa a Cataluña en
1914 y establece, siguiendo la tradición familiar que se remontaba hasta el
siglo XIII, una empresa de tejidos. Estamos en plena Gran Guerra y son muchos
los franceses del Rosellón que se pasan a España y algunos de estos son
fabricantes de alpargatas que, por si alguien no lo sabe, es un calzado
fabricado con esparto. En La Garrotxa el clima es húmedo y las alpargatas no
resisten bien por lo que Fonfreda decide añadirles una suela de goma. Y hasta
aquí el comienzo.
El segundo capítulo comienza con la
masiva aceptación que tuvieron estas alpargatas. Cuenta el bisnieto de Fonfreda
que, en 1916, el 85% de los españoles calzaban estas alpargatas con suelo de
goma. Pero tranquilos que aún quedan muchos años para llegar a las Chirucas que
hemos conocido los que peinamos canas.
El tercer capítulo arranca en los años
cuarenta del pasado siglo. Son ahora los hijos de Esteve, Juan y Luis, los que
llevan el negocio y han mejorado mucho las alpargatas que ya van deviniendo en las botas que hemos conocido pues las hacen
con lona o cuero y a la suela de esparto añaden una suela de caucho vulcanizado
que las hace impermeables. Pero hay que darles un nombre y ahora llega el
porqué del nombre Chirucas.
Resulta que, y este es el cuarto capítulo, el padre, es decir, Esteve
estaba casado con Mercedes. Un día, en el casino del pueblo, echan una comedia
del comediógrafo de moda en los cuarenta: Adolfo Torrado, un gallego de La
Coruña cuyo hermano fue Ramón Torrado, el director de El Cristo del océano, película que fue de culto en mi niñez. Adolfo
– a quien si podemos le dedicaremos una entrada y, si hay tiempo, otra a su
hermano Ramón- , había escrito una comedia muy lacrimógena al que tituló Chiruca porque ese es el diminutivo
gallego de Mercedes, la pobre muchacha de servir protagonista de la obra que tuvo un gran éxito y dio lugar a una secuela
que fue La marquesa Chiruca. Bien, a lo que íbamos: Esteve
ve la obra con su mujer, le encanta y decide nombrar Chiruca, el diminutivo de
Mercedes, que ya hemos dicho antes que es el nombre de su santa, a las botas que están fabricando sus hijos. Es
el regalo que Esteve hace a su esposa: el nombre de las botas. Vale, sé que
estáis pensando que le podía haber regalado un abrigo de visón (que el PACMA me
perdone) , pero Esteve era catalán y de La Garrotxa. El éxito fue inmenso pues
en la década de los cuarenta se llegaron a producir tres millones de pares y,
en la época de entre 1950 y 1970, se alcanzaron los tres millones de pares.
Su fama fue enorme. Los jóvenes anti
Vietnam en los Estados Unidos las calzaban; los excursionistas, el mismísimo
Franco ( con perdón) en sus cacerías; Jordi Pujol en sus paseos a la montaña mientras pensaba en cómo trincar el tres per cent; el rey emérito y hasta su hijo, el actual rey
Felipe VI, calzaron Chirucas en algún momento de sus vidas.
Pero – y estamos llegando al final-,
los hermanos Fontfreda (Fuenfría, que ya
es casualidad pues conocéis el significado que ese nombre tiene en mi memoria)
dejan la producción de la bota y se la venden a la empresa riojana Calzados Fal
que moderniza la producción y saca nuevos modelos. Ya no siguen haciendo las “Chirucas”
de siempre, pero su catálogo es amplísimo.
Yo las calcé mucho de niño y adolescente,
pero me avergonzaban porque eran más bien de excursionistas o de senderistas y
un servidor quería imitar a Carlos Soria, a Repiso y, sobre todo, a César Pérez
de Tudela, el gran héroe de mi infancia. Mi sueño eran las botas Kamet,
que fabricaban en Fuenlabrada la familia Acuña a la que perteneció Pedro
Acuña, malogrado montañero que falleció en la primera expedición española a los
Andes y que tiene una fuente dedicada al pie del refugio Giner de los Ríos en
“mi “ Pedriza del alma. Ahora tengo unas chirucas modernas, pero añoro (cosas
de la vida) aquellas viejas chirucas que a mí me parecían de niscaleros y gente
de poco altura alpinística.
Espero que os haya gustado esta entrada
cargada de tanta emoción y de tantos
recuerdos.
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