Pensamos
con mucha ingenuidad que esto de la corrupción (Gürtel, los ERE, la PSV y, por
desgracia, tantos más que hubo, hay y habrá) son cosas del presente y que nunca
existieron corruptos, pero la verdad, como siempre, es muy distinta. Dejadme
que os cuente cómo el mundo clásico también padecía la corrupción.
La Liga de Delos (un conjunto de Polis
que le pagaban a Atenas su protección) fue un sonado caso de corrupción con el
mismísimo Pericles la frente porque el gran Pericles “desviaba” fondos que
debían ser destinados a la protección de las polis integradas en la Liga de
Delos para la construcción de la Acrópolis. Más actual, imposible. Pericles
justificó esa malversación diciendo “que los atenienses no tenían que rendir
cuentas de las riquezas de los aliados”. Como uno que yo me sé, el ateniense
justificaba su inmoralidad con absoluto desparpajo.
Es más, el propio Fidias, el “supervisor
general de las obras de la Acrópolis”, también desvió fondos y, en esta ocasión
a su propio bolsillo. Parece ser que más tarde fue absuelto, pero ahí queda la
noticia que circuló por el mundo antiguo.
Los romanos, más cercanos a nosotros
pues hijos somos de ellos, tampoco se quedaban mancos y ya imitaban al cavaliere Berlusconi de forma descarada.
En Roma, se compraban votos y cargos, se
amañaban elecciones, había apropiación indebida, se cobraban comisiones
ilegales, se procedía sin sonrojo a la extorsión y a la estafa y tampoco faltaban los sobornos y
cohechos. Durante el imperio, los
regalos a los inspectores tributarios fueron algo habitual y los cuestores “hacían
la vista gorda” ante declaraciones poco claras a cambio de regalos. Los
pretores agilizaban los trámites de los casos judiciales con dinero y así podríamos
seguir ad nauseam.
Ya sé que os están viniendo a las
mientes (como decía el gitano) muchos casos actuales, pero ya veis que la
historia, magistra vitae nos sale al
encuentro. Tranquilos, políticos que nos gobernáis, porque no habéis sido los
primeros en ser corruptos.
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