A
veces, rastreando por las biografías de los políticos, cantantes y otras gentes
del colorín, se encuentra uno terribles sorpresas. Por ejemplo: todo el mundo
conoce a ese delincuente llamado Carles Puigdemont i Casamajó. Resulta que, si
investigamos un poco, su abuela materna es andaluza. ¿Cómo puede soportar
tamaña afrenta a la identidad catalana? ¿Cómo puede vivir don Carles en Waterloo
con ese baldón, con ese oprobio? ¿Vendría su abuela en esos trenes que ponía
Franco , llenos a rebosar de andaluces, para colonizar Cataluña y hacerles
aprender la lengua del imperio? No lo sabemos.
Pasemos al segundo caso. Lluís Llach
Grande, el de Campanades a mort, esas
campanadas que nunca tocaron para los
cientos de muertos de ETA, es hijo de María Grande, nacida en Porrara
(Tarragona), pero, ¡ojo al dato! de familia extremeña.
¿Qué harán estos hombres cuando se
pongan a revisar sus genealogías y aparezca la abuela o los abuelos charnegos?
¿Cómo se lo explicaran a sus hijos?
¿Les habrán dicho ya que una rama de su familia se hunde en la España que les
roba, que les maltrata, que les impide desarrollarse como nación?
Grave problema, sin duda, para estos nazionanistas (perdón por la palabra que
me acabo de inventar sumando a nazi lo de Onán, el del onanismo). Grave
problema para ellos, pero que es una riqueza inconmensurable para seres
normales. ¡Qué pena de país!
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