jueves, 20 de febrero de 2025

BRAHMS Y LA LOCURA DE HANS ROTT

 


Hans Rott nació en un suburbio de Viena, Braunhirschengrund, un primero de agosto de 1858. Fue, al igual que Mahler o que Hugo Wolf,  estudiante en el conservatorio de Viena y discípulo de Bruckner en órgano lo que, a la larga y, sin duda, de manera indirecta, le acarrearía la ruina y la muerte. Vayamos por partes.

         Un joven Rott tenía por maestro de órgano a Anton Bruckner y el maestro elogiaba al discípulo por su gran capacidad para improvisar, especialidad en la que don Anton era un consumado especialista. Cuando estaba ya en su último año de conservatorio, presentó el primer movimiento de su Sinfonía en mi mayor a un concurso de composición. Bruckner alabó la obra, pero el resto del jurado se burló de ella. Rott acabó la sinfonía y se la llevó a Brahms y a Hans Richter, famoso director de la época. Cuando Brahms supo que el joven había sido discípulo de Bruckner, cargó contra él por una peregrina razón: no le gustaba la influencia que tenía Anton Bruckner entre los estudiantes del conservatorio. Cuando Brahms se reunió con Rott, el primero le dijo claramente que no sólo no le gustaba su obra, sino que no tenía ningún talento musical. Esta afirmación tan tajante de un músico al que Rott tenía en alta estima y cuya autoridad le  parecía indiscutible en la Viena de la segunda mitad del siglo XIX, enajenó por completo al joven compositor hasta el punto de que, al poco tiempo, viajando en un tren, empezó a gritar: “¡Este tren va a explotar porque está lleno de la dinamita que le ha puesto Brahms!” Hans fue reducido y llevado a un psiquiátrico. Intentó varias veces quitarse la vida y, al final, falleció de tuberculosis en 1884.

         La historia es muy triste y nos enseña lo cuidadosos que tenemos que ser los docentes al dar una opinión que debe ser siempre argumentada y no basada en razones de poco o ningún peso. No nos queda sino escuchar con atención esta sinfonía de Rott y juzgar, libres de prejuicios, nosotros mismos. Por cierto , que a su entierro acudió Bruckner, el bueno de don Anton, el mismo que le pedía ayuda al emperador porque no entendía por qué Eduard Hanslick se metía contra él de manera tan furibunda.

         No os digo más. Escuchad la obra y dad vuestra opinión.


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