Si
hubo alguien que preguntó que si se podía escribir poesía después de Auschwitz,
otro habrá que diga si se podrá volver a escribir poesía después de la vergüenza
de estos días: el invadido convertido en culpable y “el amigo” convertido en
acusador y aliándose con el invasor. En los tiempos de Viriato, Roma no les
pagaba, pero se aprovechaba de los traidores para quitarse de en medio a quien
le molestaba; en estos tiempos abyectos, Roma deviene en traidora sin necesidad
de canallas que le hagan el trabajo sucio. En aquella Roma, había disimulo; en
ésta Roma, ni siquiera eso. La impunidad con que ese analfabeto funcional de la
política y de la vida, un Creso obsceno y chabacano, un Midas que todo lo
convierte en puritita mierda, un Hreodes vestido de macarra de Las Vegas, apoyado por el infame dinero de un miserable
sudafricano que salta de alegría porque puede reutilizar el cohete que ha
enviado a Marte, pero que le importan entre cero y nada los millones de personas
que se mueren de hambre en el mundo, podría sorprender a los pocos versados en
historia, pero “coletazos” de este jaez trufan la podrida historia del ser
humano sobre la tierra. Basta con volver la vista a las historias de Roma o
Atenas y después seguir mirando la historia universal de la infamia (con el
permiso del maestro Borges) para, con el permiso de Blas de Otero, “dejar de
creer en el hombre”. Sin embargo, hasta ahora, según mi pobre conocimiento de
la historia, no se había llegado a esos puntos de desvergüenza y los canallas
usaban de otros canallas, aún peores que ellos, para “sacar la basura”. Desde
ayer, algún poeta no pagado por una subvención pública, se preguntará si se
puede escribir poesía después de haber vendido Ucrania “ por un puñado de dólares”
ciscándose en los muertos, en los desplazados, en los que lo han perdido todo
menos la vergüenza y el orgullo de ser ucranianos. Todos, Zelensky incluido,
han tenido su parte de culpa, pero este farol de tahúr de un Missisipi de aguas
podridas, ha redimido de su culpa al presidente ucraniano. El villano es un
héroe y “la nación de la democracia” pacta con un tirano. Europa mientras tanto
se queda como el novio de Marieta en la canción de Brassens: haciendo el
gilipollas, sin ideas, sin creencias, poniendo su territorio al servicio del
Tío Sam mientras el viejo y putañero norteamericano hace de su cultura
(secular) un papel higiénico con el que limpiarse el trasero.
Un aviso: hace casi noventa años, las
democracias miraron hacia otro lado cuando Hitler y Stalin pactaron para poder repartirse
Polonia. Al poco, estalló ese conflicto que los historiadores han dado en llamar
la Segunda Guerra Mundial. Es un tópico, pero ya conocéis el dicho: “los
pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Pues eso.
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