En
febrero, no podían faltar nuestros narcisos. No duran mucho tiempo, pero su
color prepara la primavera. Su historia tiene por protagonistas a Narciso y a
Eco, una Ninfa a la que Hera había castigado a contestar repitiendo las últimas
palabras que alguien le decía. Se enamoró locamente de Narciso, hermoso joven,
hijo del río Cefiso que violó a Liriope, una ninfa que decidió ir a consultar a
Tiresias, el gran adivino tebano, sobre el futuro de su hijo. El “vidente” le
dijo que viviría muchos años siempre y cuando “no se contemplara a sí mismo”.
La pobre Eco lo seguía un día por el bosque y entonces Narciso preguntó: “¿Quién
está ahí?” Y la pobre Eco tan sólo pudo decir “Ahí” Como toda conversación era
imposible, la ninfa decidió pasar a la acción y abrazó a Narciso que la rechazó
de manera brusca. La pobre Eco se fue consumiendo hasta que quedó tan sólo su
voz.
Por lo que respecta a Narciso, que se
había comportado de manera tan grosera, tuvo la desgracia de encontrarse con
Némesis, diosa de la venganza, hija de Nix, la noche, que lo llevó a un arroyo
en donde Narciso vio su hermoso rostro y no pudo escapar a su hechizo: se
enamoró de su propio rostro y no podía dejar de mirarlo hasta que, según la
mayoría de los mitógrafos, se suicidó y del
lugar en donde murió surgió la bella flor que alegra nuestro jardín todas las
primaveras.
La historia la cuenta Ovidio en su s
Metamorfosis y ha hecho las delicias de sus lectores durante siglos.
Los psicólogos llamaron narcisistas a
aquellos que se enamoran de sí mismos, vamos, que están encantados de
conocerse. Pero de esto sabe mucho más mi buen amigo Eduardo Rodríguez-
Monsalve por psicólogo y – que su amistad me perdone- por Narciso. Cualquier
día se nos metamorfosea en flor.
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