Que me gusta la poesía de Carlos Aganzo es algo ya sabido
pues le dediqué una página de este blog, pero este gusto por su obra se ha ido
incrementando a medida que Carlos ha ido publicando libros. El último, Las
flautas de los bárbaros, es magnífico. Tuve la suerte de escucharle en su
recitación en la Villa Romana de Almenara – Puras acompañado de Ernesto Monsalve
al piano y Eva Helena García al violonchelo en donde fue desgranando los poemas
de este libro y en donde un servidor recitó a Ovidio en latín y en castellano.
Al final, bebimos un vino maravilloso al estilo de Apicio y comimos “ladrillitos
mudéjares” de Olmedo. Todo un lujo en aquella noche del treinta y uno de agosto
en donde las estrellas titilaban en el cielo de Castilla. Os dejo este poema
como recuerdo de aquella noche.
No he
olvidado, Pegaso,
el ritmo
de tus cascos rompiendo la pradera,
el chorro
fresco de los manantiales
surgiendo
a nuestro paso
y la
fuente Hipocrene
riéndose
del tiempo y el espacio
tan cerca
y lejos de Roma…
Que bien
saben las ninfas de esta tierra
cereal y
bendita por Cibeles
que te
sobraron alas
para
hacerme volar sobre la niebla
y el
ansia del camino…
Ahora que
estoy sentado entre las sombras
de esta
tarde infinita,
esperando
a que el bárbaro
ponga su
pie desnudo en las teselas,
pienso en
ti, mi buen amigo, el que me aguarda
en el
monte Helicón,
donde
pace el ganado de los dioses.
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