De mi afición a los curas
obreros tiene la culpa Alfredo Peña Santamaría, párroco de Vallecas en los años
ochenta del pasado siglo. Chacho, como le gustaba que lo llamaran, nos daba
clase de Literatura en el Colegio del Sagrado Corazón en la Avenida de Alfonso
XIII y aquel burgalés, que en buena hora ciñó sotana, además de hacernos vivir
la literatura, nos contaba, de pasada, sin alharacas, algo de ese Vallecas en
el que vivía y desempeñaba su ministerio. Ya he contado que Chacho fumaba un
tabaco rubio – el un x dos – que
sacaba de su cajetilla blanda rojo y oro y que se fumaba en su pipa negra paladeando
aquel tabaco que inundaba las clases de tal forma que ahora mi lectura de
Garcilaso me lleva al “aroma “ de aquellos cigarros. Todo esto lo cuento porque
me he leído la biografía de Paco García Salve, el cura Paco, y la he leído casi
con pasión aunque, en algunos pasajes, se repite su autor haciéndole al
biografiado un flaco favor. No importa este error pues la vida de este hombre
que nació pobre, casi paupérrimo, y que se hizo jesuita y que, teniendo ya una
posición en la Compañía, lo dejó todo, se marchó a una chabola y se puso a
trabajar en una obra porque ahí estaba Cristo, me merece todo el respeto y toda la admiración del mundo. Otros,
en aquellos años, también lo hicieron: eran el padre Llanos, Díez – Alegría, Mariano
Gamo. Eran las sotanas rebeldes del régimen de Franco, los curas que no transigían
con el palio del dictador, que no querían una Iglesia de palacio porque Cristo
no vivió en un palacio. Ya sé que ahora., a toro pasado, podemos decir que marxismo
y cristianismo no casan (¿casa con el capitalismo?), pero, qué queréis, su
actitud valiente de dejarlo todo (relictis
omnibus) y seguir al Maestro me emociona profundamente. ¿Cuántos seríamos
capaces de dejar nuestra comodidad burguesa por una chabola en el Pozo, en el Pozo de los cincuenta y sesenta? Pues
eso.
Jesús dio la vida por nosotros y chacho también
ResponderEliminarGran sacerdote descanse en paz
ResponderEliminarDel Chacho recuerdo muy bien el día que me apaleó mientras aguardaba en la fila que los alumnos de su clase de 2º de BUP hacíamos en la biblioteca, antes de volver al aula. Por no guardar correctamente la cola y hablar con un compañero, el Chacho tuvo a bien sorprenderme por la espalda y propinarme sendos sillazos en las rodilas, uno con cada una de las sillas que sostenía en cada brazo. Estuve amoratado y cojeando durante dos semanas. Quizá por pertenecer a una familia de clase media acomadada, el mencionado cura rojo (de eso presumía) no quiso aplicar conmigo la misericordia que, al parecer, prodigaba con otros.
ResponderEliminar