Don Juan de Tassis y Peralta
tuvo la fortuna y el buen gusto de nacer en Lisboa, menina e moça, en el año de gracia de 1582. Su padre era el
embajador de España y Correo Mayor del rey, cargo que heredaría Juan más
adelante. El mozo, guapo y con maneras desde pequeño, recibió una gran
formación con dos grandes humanistas de le época: Bartolomé Jiménez Patón y Luis
Tribaldos de Toledo. Aprendió latín, filosofía, literatura (si alguien se extraña
de que estudiara estas materias inútiles tengo que decirle que la educación
hasta las últimas reformas tenía como finalidad la formación de la persona no prepararla
para entrar en un mercado laboral que la avoca al paro o a la emigración), pero
lo que parece una vida ejemplar se trocó en una vida en la que no faltaron destierros
(dos, a saber, uno por jugador y otro por atacar a Felipe III con acerbas
sátiras), amoríos, duelos y quebrantos ( pero no al estilo cervantino). Pero
don Juan no tenía freno y, puesto a echarse amantes, fijó sus nobles ojos en
los reales de doña Isabel de Borbón, esposa santa de Felipe IV, el
vallisoletano. Cualquiera lo hubiera ocultado, pero don Juan era de otra pasta
y no se le ocurrió otra cosa que grabar en su escudo este lema: SON MIS AMORES
REALES. Por si esto fuera poco, en una representación de La gloria de Niquea, don Juan llegó a quemar el escenario para
poder rescatar a su Lise y salir con ella en brazos entre las llamas como un Rhett
Butler cualquiera en Lo que el viento se
llevo. Como os podéis imaginar, el conde tenía muchos enemigos y una noche,
en una esquina de la calle Mayor de Madrid, un embozado le salió al paso y le
acuchilló. Aunque el conde echó mano a la espada, la muerte se lo llevó en sus
fríos brazos. Dudo que este crimen fuera motivado por ese proceso de sodomía
del que habla don Narciso Alonso Cortés y dudo de que el conde fuera aficionado
al pecado nefando, pero, sin embargo, nada se puede asegurar sobre este
personaje. Luis Rosales escribió en 1969 su Pasión
y muerte del conde de Villamediana y Néstor Luján su deliciosa novela (que
pienso releer en breve) Decidnos quién
mató al conde. Por cierto, ¿Quién
mató al conde? Pues los mentideros de Madrid decían que el “impulso había sido
soberano” porque nadie dudaba de que la mano del monarca pucelano andaba por detrás del embozado. Pero
eso es otra historia y por ahora os dejo con este soneto con el que se abren
sus obras completas. A gozarlo que son dos días.
Nadie escuche mi
voz y triste acento,
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.
Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído y no aliviado
de un firme amor el justo sentimiento.
Juntóse con el cielo a perseguirme
la que tuvo mi vida en opiniones
y de mí mismo a mí como en destierro.
Quisieron persuadirme las razones
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo hierro.
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.
Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído y no aliviado
de un firme amor el justo sentimiento.
Juntóse con el cielo a perseguirme
la que tuvo mi vida en opiniones
y de mí mismo a mí como en destierro.
Quisieron persuadirme las razones
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo hierro.
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