Hemos
dicho en muchas ocasiones que un camino es mucho más que un camino: es la
historia viva de caminantes, de deseos, de sueños. Había una vez una senda que
era el camino que unía el Oriente de Asturias con la Meseta. De Arriondas
salían los viajeros y los trajinantes y por ella se llegaban hasta la seca
Castilla. Esta senda fue creada en tiempos inmemoriales y fue cambiando de
nombre. Así, cuando llegaron los
romanos, la llamaron Via Salianica y,
cuando comenzó el comercio del almagre,
óxido de hierro que desde Labra, en Asturias, llegaba a tierras de Segovia, se
la llamó Camino del Almagre. Pero a nosotros, que somos amantes de las
historias, nos gusta la de una vecina de Oseja de Sajambre que subió un buen
día hasta el Puerto del Pontón para enseñarles a sus hijos, a lo lejos, tierras
en donde pudieran hacer fortuna. Ambos hermanos lo intentaron, pero uno fracasó
y el otro comenzó de acólito, siguió sus estudios en el Seminario y llegó a ser
arcediano en Villaviciosa, en donde hasta la ría huele a manzanes. Un día, el arcediano volvió a su Oseja natal para visitar
a su madre y la encontró anciana y enferma. Como buen arcediano y mejor hijo, dispuso
que había que arreglar el camino y destinó dineros para que se arreglara el
camino, se construyeran ventas y se arreglaran fuentes. Fue entonces cuando el
camino pasó a llamarse Senda del Arcediano. Años más tarde, a mediados del
siglo XIX, se construyó la carretera que desde Cangas de Onís llega a Riaño y
la senda de nuestro arcediano quedó al lado de la carretera, pero conservando
todo el encanto. Por cierto que el arcediano se llamaba Pedro Díez de Oseja.
Con esta historia, espero que, cuando subáis o bajéis por tan hermoso camino,
os acordéis del buen arcediano de Villaviciosa, la tierra de les manzanes y de las neñes galanes.
Añadiréis un punto más de gozo al mucho que la senda proporciona.
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