Desde el colegio, tenía miedo de Señas de Identidad de Juan Goytisolo. Pensaba que no la iba a leer
nunca porque los Goytisolo prosistas me parecían un tipo de personas que cargan
con la culpa de haber tenido unos padres de la alta burguesía barcelonesa y,
para redimirse, acaban abominando hasta de la madre que los parió. De Juan, había leído un libro que me impactó, Campos de Níjar, una descripción sublime
de las tierras duras de Almería, pero no me atrevía con sus Señas de Identidad. Hasta que en este
abril florido me he atrevido y no era tan fuero el león como lo pintaban. Ni
tan moderno como esperaba, ni tan revolucionario en su escritura. Juan Goytisolo
va narrando ese regreso de Álvaro Mendiola sin una línea cronológica, es decir,
con saltos en el tiempo, pero esto, hoy en día, es algo tan habitual que hasta
en los premios literarios de provincias, que siempre suele ganar algún empelado
de Correos, se practica como algo normal. Vamos que es el pá amb tomaquet de la literatura actual. En la novela no faltan
andanadas contra el régimen (normal) y contra una Iglesia opresora que el pobre
Juan tuvo la desgracia de conocer en un colegio en donde los frailes estaban (of course) para machacar a los niños de
la burguesía. Y es el complejo, la obsesión por no ser como los padres, de
parecer menos franquistas que el propio Franco lo que le lleva a dar una visión
un tanto sesgada de la historia en donde como es ahora también habitual los
buenos son los que ya sabemos y los malos los otros. Salvo estos detalles,
tengo que decir que Juan es un fantástico escritor como su hermano Luis y como
su hermano José Agustín, ese gran poeta que todos hemos cantado con la música
de Paco Ibáñez. Y también tengo que decir que, salvo estos detalles presumibles
antes de su lectura, Señas de Identidad
es una gran novela. Lo notaréis cuando la leáis.
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