lunes, 17 de abril de 2017

SEÑAS DE IDENTIDAD


Desde el colegio,  tenía miedo de Señas de Identidad de Juan Goytisolo. Pensaba que no la iba a leer nunca porque los Goytisolo prosistas me parecían un tipo de personas que cargan con la culpa de haber tenido unos padres de la alta burguesía barcelonesa y, para redimirse, acaban abominando hasta de la madre que los parió. De Juan,  había leído un libro que me impactó, Campos de Níjar, una descripción sublime de las tierras duras de Almería, pero no me atrevía con sus Señas de Identidad. Hasta que en este abril florido me he atrevido y no era tan fuero el león como lo pintaban. Ni tan moderno como esperaba, ni tan revolucionario en su escritura. Juan Goytisolo va narrando ese regreso de Álvaro Mendiola sin una línea cronológica, es decir, con saltos en el tiempo, pero esto, hoy en día, es algo tan habitual que hasta en los premios literarios de provincias, que siempre suele ganar algún empelado de Correos, se practica como algo normal. Vamos que es el pá amb tomaquet de la literatura actual. En la novela no faltan andanadas contra el régimen (normal) y contra una Iglesia opresora que el pobre Juan tuvo la desgracia de conocer en un colegio en donde los frailes estaban (of course) para machacar a los niños de la burguesía. Y es el complejo, la obsesión por no ser como los padres, de parecer menos franquistas que el propio Franco lo que le lleva a dar una visión un tanto sesgada de la historia en donde como es ahora también habitual los buenos son los que ya sabemos y los malos los otros. Salvo estos detalles, tengo que decir que Juan es un fantástico escritor como su hermano Luis y como su hermano José Agustín, ese gran poeta que todos hemos cantado con la música de Paco Ibáñez. Y también tengo que decir que, salvo estos detalles presumibles antes de su lectura, Señas de Identidad es una gran novela. Lo notaréis cuando la leáis.



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