Un
joven de Xátiva, Valencia, era alumno de su padre, Pedro de Ribera, en esa ciudad valenciana. El joven aprovechó
los estudios que hizo con su padre y con Jaime López y ya desde muy joven
destacó como músico. La familia se fue para Orihuela, la Oleza de mi Gabriel
Miró, y allí siguió creciendo el joven Bernardino.
Sin embargo, esto es más o menos accesorio para nuestra
historia porque lo realmente importante es que el muchacho, en 1559, año de la
muerte de Gerónimo de Espinar, llega a Ávila con treinta y nueve años, para hacerse
cargo de la capilla de la catedral de Ávila y en ese cargo estuvo hasta 1570,
año en que lo sustituye Andrés Torrentes y Bernardino se marcha para Murcia en
donde tenemos testimonios de que era maestro de capilla en 1572.
Pero, me diréis, que qué importancia tiene toda esta
historia para contar en esta mañana de finales de noviembre. Os explico.
Resulta que a las clases de Bernardino de Ribera
acudían dos jovencitos que respondían a
los nombres de Tomás y Sebastián; y que, andando el tiempo aquellos
zangolotinos acabarían siendo dos
grandes músicos abulenses: Tomás Luis de Victoria y Sebastián de Vivanco. Es
decir, que con este maestro setabense aprendieron estos maestros de la
polifonía española sus primeros bemoles y sus primeras notas. Bernardino había
bebido de Francisco Guerrero y de Nicolás Gombert, el gran maestro flamenco.
Si podéis, escuchad
su música porque no os defraudará.
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