En aquellas
noches de frío abulense, mi aventura noctámbula terminaba en la librería de mi
amigo Senén Pérez, el librero de Ávila, y, al salir, me fijaba en el monumento
que dominaba la plaza, -antes de que la dominara el edificio de Moneo-, desde
el centro, con la imagen de Santa Teresa
y con los nombres de abulenses ilustres. Allí estaban Sancho Dávila, el rayo de
la guerra, y buen músico que tuvo la desgracia de nacer tres años después de
Tomás Luis de Victoria. Cuando se vive tan cerca de una luminaria tan grande, su luz impide que
se nos haga justicia y Sebastián de Vivanco, nacido en Ávila en 1551, no ha
llegado a tener, de manera injusta, la fama que si que ha alcanzado el ya
mencionado Tomás Luis de Victoria. Mucho
viajó Sebastián: primero a Cataluña (antes de que estuviera Quim Torra, que lo hubiera echado por castellano y por
haber venido en un tren franquista para colonizar Cataluña). Anduvo luego
Sebastián por Sevilla y, estando en la capital hispalense, lo tentaron sus
paisanos con ser maestro de capilla a lo que Vivanco aceptó. Pero los
sevillanos, más poderosos económicamente, hicieron una contraoferta (¡Mira,
como los de Vodafone!) que incluía el salario de maestro de capilla más unas
cuantas prebendas y beneficios que igualaban su sueldo con el de un canónigo.
Sebastián firmó por Sevilla a principios de 1588 para vivir como un canónigo,
pero, el 17 de marzo, pidió al capítulo de Sevilla que le pagara el viaje de
regreso a Ávila. No sabemos lo que le movió para regresar a su ciudad natal: ¿la
luz de los atardeceres? ¿el saúco perfumado de la muralla?¿las silentes pisadas
en la piedra de los palacios?; sabemos (pero poco) que vivió catorce años en Ávila
y que en ella estaba en 1595 cuando se trasladaron los restos de San Segundo,
patrón de Ávila, con esas procesiones que duraron diez días y que tan bien nos
cuenta Antonio Cianca.
Siete
años después, en 1602, Vivanco sale de nuevo de Ávila y va para Salamanca (“la
blanca, ¿quién te mantiene? Los carboneritos de Ávila que van y vienen.) Pero
Sebastián ya no volvió más a su Ávila, al menos como músico. La cátedra de
música de Bernardo Clavijo de Castilla fue declarada vacante y Vivanco la
ocupó por oposición. En Salamanca moriría un 25 de octubre de 1622, once años
después que su paisano Tomás Luis de Victoria.
Como
soy muy atrevido, le he escrito este poema para cerrar esta entradilla de blog.
SEBASTIÁN DE
VIVANCO
En la noche de oscuros faroles helados,
arañando la piedra
y la sombra,
me llegaba tu voz
de perfecta escritura
reproduciendo el
rumor del Adaja
junto al viejo
molino enamorado del río.
Aún hoy me amenazan
los años pasados
con noches que
ansiaban el alba;
con camas heladas
dejando en mi cuerpo
el frío sudario del
miedo y la angustia.
Ante tanto dolor
sin medida,
me llegaba tu
música de acordes perfectos
y un sol de
esperanza modulaba en tu Gloria
mientras oscuros
fantasmas se retiraban
a palacios
solitarios de alegrías dolientes.
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