Lo recuerdo siempre vestido de
negro, con esa elegancia innata que tienen
los hijos de Breogán. Un gallego leal a sus ideas que se vino a esta
tierra castellana como un siglo atrás se venía Rosalía, miña nai, miña santiña. En aquella España tan feliz pero tan
cateta, Benigno era un personaje con una curiosidad que lo destacaba del resto
y así, entre mis recuerdos infantiles, está el de verlo filmar con su
tomavistas en Lapamán y, ya de regreso del veraneo, ver aquellas películas en
su casa de Torrejón de Ardoz, ese
poblachón manchego-madrileño tan lejos de su Ribadavia natal. Tuve la fortuna
de tratarlo y siempre me pareció un hombre educado, culto, con un acento
gallego que le hacía dulce a los “secos
fillos do deserto”. Ahora, al cabo de los años, lo recuerdo como un
caballero gallego de unas facciones que, no sé por qué las veo como talladas
por Victorio Macho, el gran escultor palentino. Se había quedado viudo muy
joven y siempre conservó su viudedad y su luto. Era grabador de los de antes,
un joyero que jamás usó pantógrafo. Tenía muchas razones para hablar mal del
régimen que lo había desterrado al desierto castellano, pero jamás le oí una
palabra en contra de nadie. Fue un caballero hasta en eso. Ya en los años noventa,
pasando unos días en casa de mis tíos, lo traté en la costa de Muros y me siguió
pareciendo, en su vejez, el mismo Jamás le oí una palabra más alta que otra y
tan sólo una vez, cuando radiaban el entierro de don Juan, el conde de
Barcelona, se quejó de una manera casi simbólica de la cobertura que estaban
dando los medios a la muerte de ese señor. El era un hombre de aquella
República que la acabaron matando entre unos y otros. Que sepa usted, señor Benigno,
que mi amor por Galicia empezó con mi respeto por aquel señor de negro que un
día llegó a Marín. Entonces yo era un niño y, probablemente, usted fuera más
joven de lo que yo soy ahora, pero su seriedad y su caballerosidad me
impresionaron. Ahora, tratando de Ángeles Gulín y de Antonio Blancas se me ha
venido a la memoria y he querido recordarlo en la humildad de este mi blog.
Seguro que, na Praia de Rianxo ainda caen como bágoas as estrelas.
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