Este
librito de Alphonse Daudet siempre me ha sido simpático desde una remota tarde
en Madrid que me lo compré en francés en una librería de textos extranjeros que
abrieron en la calle General Oraa. Recuerdo que, al llegar a casa, estaba en
ella aquel hombre mágico que fue, que es en mi memoria, José González Folliot,
francés por parte de madre y berciano por parte de padre aunque él había nacido
en la plaza de Santa Ana en Madrid. Pepín, como le conocíamos todos, tenía una
hermana en Burdeos que se dedicaba a la cría de pulardas y hablaba un francés
extraño, mezcla de patois y de madrileñismo. Cuando vio el libro de Daudet,
recuerdo que se alegró mucho y pronunció el título con su acento entre aquitano
y chamberilero. En estos días de febrero en que el mirlo ya canta con fuerza y
los almendros se van vistiendo de nata, la lectura de Daudet me ha reportado
tardes de alegría y me ha hecho viajar hasta la Provenza, allí donde el padre
de Alfredo Germont, el protagonista de la Traviata quería enviar a su hijo para
que olvidara a la “descarriada” señorita. Huele a Tramontana este libro, a
romero y a olivos y el sol de la Provenza llena sus páginas. Un libro delicioso
que nos hace la vida más feliz. ¡Gracias, Daudet!
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