Estos tíos del procés es que no
tienen arreglo. El otro día, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, va Oriol
Junqueras y suelta que él, como Séneca, como Sócrates y como Cicerón, ha
preferido quedarse en España ( perdón, en este país que les oprime) y no huir
como su jefe de banda, aquel fulano que anda por Waterloo. Puede que Junqueras
sepa mucho de independentismo y de saltarse las leyes, pero se tenía que venir
para Tudela para que le enseñáramos un pelín de Cultura Clásica que nunca viene
mal.
Empecemos
por Séneca. Este cordobés había sido el profesor de una bestia parda como
Nerón. Cuando el “nene” se le ocurrió meter en un barco a su madre Agripina y
luego hundir el barco, parece lógico que Séneca se lo afeara, pero, para salvar
el pellejo, escribió una carta al Senado en la que exculpaba al monstruo
diciendo que su madre había conspirado contra él. El cordobés aprovechó para
pedirle a Nerón un permiso y se fue con su esposa Paulina a recorrer el sur de
Italia. Fue entonces cuando escribió las Cartas
a Lucilio, llenas de maravillosos consejos sobre comportamiento moral que
se podría haber aplicado a sí mismo.
Unos
años más tarde vino la conjura de Pisón, un intento de golpe de estado para
acabar con Nerón, y esta vez el pupilo
no tuvo conmiseración con su maestro: ordenó su condena a muerte junto con
otros muchos patricios. Sin embargo, como Séneca era un caballero, decidió, tal
y como se esperaba de él, cortarse las
venas de brazos y piernas en el baño y
así morir con honra y dignidad. ¿Alguien ve algún parecido con el caso
de Junqueras? Yo tampoco.
Vamos
con el segundo. Cicerón había escrito unos discursos bellísimos que eran las Filípicas, llamadas así por semejanza con
las de Demóstenes contra el padre de Alejandro Magno. Pero estas Filípicas no
tuvieron tanta suerte como sus Catilinarias pues Antonio y Augusto se
reconciliaron y a esa pareja se unió Lépido que formaría el segundo triunvirato.
Augusto permitió a Antonio que proscribiera a Cicerón y, como el amante de Cleopatra se la tenía jurada por las Filípicas, ordenó que su cabeza y sus manos fueran colocadas
en la tribuna de los Rostra, justo en la que el orador de Arpino había
defendido tantos casos. Aunque se marchó a su villa en el campo, - mors et in Arcadia est-, un
legionario romano lo mató. Stefan Zweig lo cuenta maravillosamente bien en su
libro Momentos estelares de la humanidad.
¿Alguien ve algún parecido con lo de Oriol Junqueras? Yo tampoco.
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