domingo, 3 de marzo de 2019

ORIOL JUNQUERAS Y LA CULTURA CLÁSICA


Estos tíos del procés es que no tienen arreglo. El otro día, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, va Oriol Junqueras y suelta que él, como Séneca, como Sócrates y como Cicerón, ha preferido quedarse en España ( perdón, en este país que les oprime) y no huir como su jefe de banda, aquel fulano que anda por Waterloo. Puede que Junqueras sepa mucho de independentismo y de saltarse las leyes, pero se tenía que venir para Tudela para que le enseñáramos un pelín de Cultura Clásica que nunca viene mal.


         Empecemos por Séneca. Este cordobés había sido el profesor de una bestia parda como Nerón. Cuando el “nene” se le ocurrió meter en un barco a su madre Agripina y luego hundir el barco, parece lógico que Séneca se lo afeara, pero, para salvar el pellejo, escribió una carta al Senado en la que exculpaba al monstruo diciendo que su madre había conspirado contra él. El cordobés aprovechó para pedirle a Nerón un permiso y se fue con su esposa Paulina a recorrer el sur de Italia. Fue entonces cuando escribió las Cartas a Lucilio, llenas de maravillosos consejos sobre comportamiento moral que se podría haber aplicado a sí mismo.

         Unos años más tarde vino la conjura de Pisón, un intento de golpe de estado para acabar con Nerón,  y esta vez el pupilo no tuvo conmiseración con su maestro: ordenó su condena a muerte junto con otros muchos patricios. Sin embargo, como Séneca era un caballero, decidió, tal y como se esperaba de él,  cortarse las venas de brazos y piernas en el baño y  así morir con honra y dignidad. ¿Alguien ve algún parecido con el caso de Junqueras? Yo tampoco.

         Vamos con el segundo. Cicerón había escrito unos discursos bellísimos que eran  las Filípicas, llamadas así por semejanza con las de Demóstenes contra el padre de Alejandro Magno. Pero estas Filípicas no tuvieron tanta suerte como sus Catilinarias pues Antonio y Augusto se reconciliaron y a esa pareja se unió Lépido que formaría el segundo triunvirato. Augusto permitió a Antonio que proscribiera a Cicerón y,  como el amante de Cleopatra  se la tenía jurada por las Filípicas,  ordenó que su cabeza y sus manos fueran colocadas en la tribuna de los Rostra, justo en la que el orador de Arpino había defendido tantos casos. Aunque se marchó a su villa en el campo, - mors et in Arcadia est-,   un legionario romano lo mató. Stefan Zweig lo cuenta maravillosamente bien en su libro Momentos estelares de la humanidad. ¿Alguien ve algún parecido con lo de Oriol Junqueras? Yo tampoco.


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