El osito
de Bimbo aparecía en aquellas bolsas de
pan de molde que fueron las primeras que se conocieron en España; también
aparecía en los Bucaneros, Bonys, Panteras Rosas, Tigretones y más pastelillos
que llenaban aquella panadería que había justo enfrente de casa, la misma en la
que mi abuelo Luis me compraba una chocolatina de Milkibar. Como el muñeco
Michelin, el osito de Bimbo fue un icono de mi infancia a los que añadiría, así
de memoria, los Tip y Top del mundial de Alemania en 1974, el perro de Cruz
Campo, el “hombre de la capa” de Shandeman y algunos otros. Todos son
fácilmente encontrables en internet, pero entonces, el poseer una de estas
imágenes requería comprar los productos o que tus padres tuvieran algún amigo
que te los pudiera conseguir, bien porque trabajara en la fábrica o porque un familiar
suyo tuviera acceso a tan preciada mercancía. Como el muñeco Bibendus, el osito
de Bimbo también ha sufrido una evolución desde 1947 hasta estos años que nos
acercan peligrosamente al primer cuarto del siglo XXI. Hoy le ha tocado el
turno a este simpático osito que alegró las tardes de anginas con fiebre,
inyecciones y juegos en la cama.
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