Se equivoca
el señor Gianluca Margheri, barítono florentino, al enseñarnos sus tabletas en
las redes “suciales”. En el mundo de la lírica, plagado de señoras gordísimas
pero cuya voz era fino cristal y de tenores en los que lo más importante era su
voz, no cabía lo chabacano y el muestrario de tabletas de este barítono es una
chabacanería propia de un jovencito ahíto de anabolizantes. Es probable que
hasta cante bien, pero esto de que los cantantes de ópera hagan con su pecho
algo más que cantar y dar notas no es nuevo pues, de unos años a esta parte, los directores de
escena gustan de que los cantantes masculinos “enseñen” sus pectorales para
gozo de alguna funcionaria menopáusica que ande por el patio de butacas y que
esa noche cubrirá sus sueños con la imagen del “macizo” de turno. Maria Joao
Pires abandonó la Deutsche Grammophon porque algunas artistas del sello
amarillo enseñaban en las portadas algo más que su música. No podemos convertir
la ópera en un plató de Telecinco, la casquería de la televisión. Por eso y con
todo mi respeto, le diría señor Margheri que se guarde sus tabletas para
merendar el “pan y catecismo” y que, si quiere hacer carrera musical seria, la
haga con su voz y su saber musical. Lo demás se lo dejamos a gigolós de Fuenlabrada.
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