Érase
una vez dos chavalillos gitanos, dos amigos que se subían en los tranvías y que
se llegaban hasta la Venta Vargas en donde los clientes les echaban unas
monedillas como al pobre Piyayo del poema. Ya hemos dicho que son gitanos y que
por sus venas corre lo mejor del cante. José y Alonso han escuchado a La Perla
de Cádiz, al Beni o a Aurelio Sellés, aquel hijo de levantinos que emigraron a la
ciudad de los miradores. Los dos niños empiezan a cantar por Andalucía, pero
José despega muy pronto con gentes de la talla de Valderrama o Miguel de los
Retes que lo llevan como cantaor en sus compañías. A los dieciocho años, José
ya está de cantante fijo en el tablao madrileño de Torres Bermejas. ¿Y Alonso?
Pues no tiene el éxito de José (a estas alturas ya sabéis todos que José es
Camarón de la Isla), pero en 1977 gana el premio de Enrique el Mellizo en el
Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba.
Antes, en 1972, graba con Paco Cepero uno de los mejores discos que ha
parido el cante flamenco y que lleva por nombre el apodo del gran Alonso:
Rancapino. Hace muchos años oí hablar de este cantaor gaditano y lo desprecié
pensando que era un epígono de Camarón: craso error porque tiene, en ese disco,
una de las voces de más hermosas del flamenco y es tal su hondura que parece
que estás mirando en un aljibe de esos a los que la luna visita por la noche.
Si os gusta el flamenco, no dejéis de oír este disco. Alonso es padre del otro
Alonso, Rancapino Chico, del que hemos hablado en la entrada anterior. Mejor no
se puede cantar, Rancapino.
sábado, 28 de septiembre de 2019
RANCAPINO CHICO, LA VOZ DE LAS BODEGAS DEL PUEBLO
La voz
de Rancapino Chico, que se llama Alonso como mi hijo, tiene la virtud de romper esa frontera mágica
entre la música y lo desconocido. Hay momentos, contaba Montserrat Caballé, en
los que la música nos lleva a una dimensión diferente, distinta. No es habitual
esta ruptura de la barrera del gozo, pero se da cuando el músico alcanza ese
lugar situado fuera del tiempo. Así ocurre con este cantaor gitano, hijo de
Rancapino, que con su cante, de gran poder catártico, nos libra de nuestros miedos.
Decía Joaquín Sabina de Pasión Vega que “cantaba como si llevara un viejo
dentro”; algo muy arecido podemos decir de Rancapino Chico: que en su cante se
perciben los aromas del mejor cante, del cante que late en las más oscuras
bodegas del pueblo, de esas bodegas en las que se iban envejeciendo los amores,
los sufrimientos, los dolores y también las alegrías y de las que salía un vino
amargo pero algo embocado por la esperanza. Rancapino Chico es un sacerdote de
un rito antiguo y en su voz hay un temblor de látigos y rebeldía, de
injusticias silenciadas y de amores a escondidas. En estos tiempos de flamenquito barato en los que cualquiera
canta flamenco, la voz de Rancapino Chico nos ofrece un oro de veinticuatro
quilates que son los quilates de la verdad del flamenco-. Que no se contamine
nunca con fusiones que confunden y que siga fiel, por los siglos de los siglos,
a sus antepasados. Amén.
EL DOBLE ESPLENDOR DE CONSTANCIA DE LA MORA Y MAURA
Hablando
el otro día con don Antonio de Meer, señor natural de la Vega de Porras, me
decía que no le había dedicado a Constancia de la Mora y Maura el espacio que
merecía en mi libro sobre Boecillo. Y,
como creo que tiene razón, voy a intentar enmendar el error por medio de esta
página de mi blog.
Constancia
era hija de Germán de la Mora, hijo de la primera mujer de Germán Gamazo y, por
tanto, hijastro de Germán Gamazo, y de Constancia Maura Gamazo, hija de don Antonio
Maura y de una de las hermanas d don Germán Gamazo. Marichu, hermana de Constancia, fue una mujer
muy cercana a la Falange, pero Constancia llevó su vida por otros derroteros
ideológicos. Al principio, no lo parecía
pues se casó con Manuel Bolín, hermano de Luis Bolín, - el que le fletó el Dragon Rapide a Franco-, y con él tuvo
una hija. Se separó de Manuel, abandonó
Málaga, la “ciudad del paraíso” de don Vicente Aleixandre, y se casó con Ignacio Hidalgo de Cisneros y
López de Montenegro, general de la aviación republicana. En la fase final de la
Guerra Civil, Constancia se separó de su esposo que regresó a Madrid para
contribuir a la defensa de Madrid y ella partió para Mexico, pasando primero
por los Estados Unidos para pedir ayuda para la maltrecha República española.
En 1939, con tan sólo treinta y seis años, publicó en inglés su autobiografía, In place of splendor: the autobiography of a
spanischs woman que en su versión española, publicada en México, se llamó Doble esplendor. Constancia fue amiga de
Pablo Neruda, de Juan Ramón Jiménez y de su esposa, Zenobia Camprubí, de
Eleanor Roosvelt o de Hemingway. Murió en 1954 en un accidente de tráfico en
Guatemala mientras recorría la carretera panamericana. Una desgracia porque era
una intelectual de fuste a la que el mismo Alberti le dedicó un poema. Su
marido se reunió con ella en México en 1941, pero regresaría a Europa para seguir
con su labor en apoyo del Partido Comunista y en ello estuvo hasta que murió en
1966.
Espero
haber cumplido mi penitencia con esta entrada por mi pecado de olvido. Quizás
tendría que decir algunas cosas de su hermana, Marichu de la Mora, pero ya lo
dejamos para otra entrada.
lunes, 23 de septiembre de 2019
BULHÃO PATO, EL PORTUGUÉS DE BILBAO
Cualquiera
que haya viajado al país vecino sabe que un plato fundamental de la cocina
portuguesa son las Amêijoas ao Bulhão
Pato, que consisten en almejas con ajo, aceite un poco de vino y cilantro.
Dejo la confección del plato a mi querido Karlos Arguiñano y sigo con lo
literario. ¿Literarias unas almejas? Pues sí porque el nombre del plato viene
del poeta portugués Bulhão Pato que, curiosamente, nació en Bilbao, ciudad
española (con perdón) en donde sus padres estaban exiliados y perseguidos por
el miguelismo, esos absolutistas que querían como rey a Miguel I. Raimundo Antonio
vivió en Bilbao hasta 1837, es decir, ocho años en los que tuvo tiempo suficiente
para enamorarse del Botxo. El poeta
tuvo relación con Antonio Trueba, el vizcaíno de las Encartaciones que fue
cronista de la villa de Bilbao, del que tradujo algunos de sus cuentos y El libro de los cantares que le sirvió
al portugués de inspiración en su propia obra. Don Raimundo era un consumado
gastrónomo y puso su nombre a esta receta de almejas que, según dicen los
entendidos, viene de la Extremadura portuguesa. Como no os puedo dejar un plato
de almejas, os dejo un poema de este poeta bilabíno y portugués
A pobre da mãe cuidava
que o filho ainda vivia
e nos braços o apertava.
O coração que batia
era dela, e não do filho,
que já do sono da morte
havia instantes dormia.
Olhei e fiquei absorto
na dor daquela mulher
que tinha, sem o saber,
nos braços o filho morto!
Razava e do fundo dalma,
enquanto a infeliz rezava,
o pobre infante esfria;
quando gelado o sentira
o grito que ela soltou,
Meu Deus!- que dor expressou!
Pensei então: a mulher,
para alcançar o perdão
de quantos crimes tiver,
na fervorosa oração
basta que possa dizer:
“Tive um filhinho, Senhor,
e o filho do meu amor
nos braços o vi morrer!”
EL MARQUÉS DE LA VEGA DE BOECILLO EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID
De don
Baltasar de Rivadeneira y Zúñiga trato en mi libro sobre Boecillo, pero quiero,
mediante esta humilde entrada de mi más aún humilde blog, añadir algunas notas
o detalles sobre este prócer de ilustre prosapia vallisoletana que lucía el
título de Marqués de la Vega de Boecillo. Nació el caballero en Madrid en 1624
y era hijo del vallisoletano Alonso Nelli de Rivadeneira, caballero de la Orden
de Santiago y familiar del Santo Oficio, y de Catalina de Zúñiga, una dama
salmantina también de noble casa y linaje. El Marqués de la Vega de Boecillo
fue corregidor de Madrid (más o menos como un alcalde) y su nombre puede ser
visto en una placa que está colocada en la Plaza Mayor madrileña en donde,
junto con su nombre, aparece su título y, por tanto, el nombre de nuestro
pueblo. Ya sabéis, si vais por Madrid, acercaos hasta la Plaza Mayor en donde
veréis el nombre de Boecillo en una placa. Luego, si os place, os podéis ir a
Casa Botín, a Casa Paco o al Madroño, pero lo primero es lo primero.
viernes, 13 de septiembre de 2019
DIEGO DE PRAVES Y BOECILLO
Resulta
que allá por el siglo XVI hubo un arquitecto llamado Diego de Praves que
realizó la fachadas de la iglesia de la Vera Cruz, terminó la bellísima iglesia
de Cigales y, ahí viene la vinculación con Boecillo, la fachada del palacio de
don Fabio Nelli que, como bien sabrán los que han leído mi libro sobre
Boecillo, tuvo casa de recreo en la muy hermosa Vega de Porras. Diego de Praves
– nos cuentan viejos documentos-, visitó a don Fabio varias ocasiones en su
finca boecillana (perdón don Antonio de Meer, pero en la actualidad es
boecillana aunque en los tiempos de Nelli fuera señorío aparte). También Diego
de Praves ha dado nombre a un IES, pero de degeneraciones no hablamos.
ANTERO DE QUENTAL
Antero
de Quental es un escritor portugués del siglo XIX que nació, como João de Melo,
en las Islas Azores. Me compré en Aveiro los Sonetos completos de Quental y, tras
su lectura, me queda el poso de haber leído a un portentoso sonetista al que ya
conocía de la Biblioteca Pública de Ávila en donde había una antología de sus
sonetos. Su pensamiento, en ocasiones, está cercano al budismo, a una
integración con la materia del mundo. Oliveira Martins lo explica mucho mejor
que yo en el prólogo de estos sonetos. Sin embargo, no quiero contaros tan sólo
esto que se puede encontrar en cualquier enciclopedia, sino hablaros de su triste
final. Enfermo de una enfermedad que los más prestigiosos médicos de su época
no saben diagnosticar, Antero va cayendo en un estado de depresión muy agudo.
Un día, se embarca para Punta Delgada, su ciudad natal, y, cuando llega a ella,
deja pasar el verano y a principios de septiembre de 1891, el escritor se
compra un revólver, se va a un convento y delante de un cartel en el que pone
ESPERANZA, se pega un tiro. A mí, por
mucho que los manuales de Literatura Portuguesa lo recojan como “realista”, me
parece el final que cualquier poeta romántico podría desear.
lunes, 9 de septiembre de 2019
EINOJUHANI RAUTAVAARA
Conocí a
Rautavaara gracias a mi gran amigo abulense José María Herranz. Él me habló de
su Cantus articus y ahora, al cabo de
los años, quiero contaros algo de este gran compositor finlandés, sin duda el mejor
desde Jan Sibelius. Einojuhani Rautavaara nació en Helsinki en 1928 y murió
en la misma ciudad en 2016. Además de su ya mencionado Cantus articus, es menester mencionar su soberbia producción para coro, ya en obras
sacras, ya en obras profanas, su Concierto para piano nº 1 o sus sinfonías de las que destacamos la
Sinfonía nº 7, llamada El ángel de luz, y la tercera, con ese recuerdo que flota
en toda la obra a mi muy querido Anton Bruckner. Ahora que vamos hacia el otoño,
hacia la falta de luz, hacia el frío y que la plenitud del verano queda atrás,
una buena terapia para evitar depresiones otoñales es escuchar serenamente la
música de este finlandés, un hijo de esa tierra en la que las noches invernales
son tan largas que los mediterráneos no podríamos vivir. Bueno, con una
botellita de cerveza y con unas tortillas de camarones, se podría intentar.
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