Antero
de Quental es un escritor portugués del siglo XIX que nació, como João de Melo,
en las Islas Azores. Me compré en Aveiro los Sonetos completos de Quental y, tras
su lectura, me queda el poso de haber leído a un portentoso sonetista al que ya
conocía de la Biblioteca Pública de Ávila en donde había una antología de sus
sonetos. Su pensamiento, en ocasiones, está cercano al budismo, a una
integración con la materia del mundo. Oliveira Martins lo explica mucho mejor
que yo en el prólogo de estos sonetos. Sin embargo, no quiero contaros tan sólo
esto que se puede encontrar en cualquier enciclopedia, sino hablaros de su triste
final. Enfermo de una enfermedad que los más prestigiosos médicos de su época
no saben diagnosticar, Antero va cayendo en un estado de depresión muy agudo.
Un día, se embarca para Punta Delgada, su ciudad natal, y, cuando llega a ella,
deja pasar el verano y a principios de septiembre de 1891, el escritor se
compra un revólver, se va a un convento y delante de un cartel en el que pone
ESPERANZA, se pega un tiro. A mí, por
mucho que los manuales de Literatura Portuguesa lo recojan como “realista”, me
parece el final que cualquier poeta romántico podría desear.
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