Conocí a
Rautavaara gracias a mi gran amigo abulense José María Herranz. Él me habló de
su Cantus articus y ahora, al cabo de
los años, quiero contaros algo de este gran compositor finlandés, sin duda el mejor
desde Jan Sibelius. Einojuhani Rautavaara nació en Helsinki en 1928 y murió
en la misma ciudad en 2016. Además de su ya mencionado Cantus articus, es menester mencionar su soberbia producción para coro, ya en obras
sacras, ya en obras profanas, su Concierto para piano nº 1 o sus sinfonías de las que destacamos la
Sinfonía nº 7, llamada El ángel de luz, y la tercera, con ese recuerdo que flota
en toda la obra a mi muy querido Anton Bruckner. Ahora que vamos hacia el otoño,
hacia la falta de luz, hacia el frío y que la plenitud del verano queda atrás,
una buena terapia para evitar depresiones otoñales es escuchar serenamente la
música de este finlandés, un hijo de esa tierra en la que las noches invernales
son tan largas que los mediterráneos no podríamos vivir. Bueno, con una
botellita de cerveza y con unas tortillas de camarones, se podría intentar.
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