jueves, 31 de octubre de 2019

JUAN FRANCISCO YELA UTRILLA Y SUS TESIS


Juan Francisco Yela Utrilla nació en el pequeño pueblo alcarreño de Ruguilla en 1893. Es el autor del libro sobre Séneca que tengo entre las manos, un libro documentado y con ese sabor a las cátedras de los cuarenta en la Complutense. Yela, además de escribir numerosos libros y de estudiar en la bellísima ciudad de Sigüenza, fue el fundador de la Nueva España de Oviedo ya que tuvo también tiempo de ser un gerifalte de Falange y el director de numerosas tesis doctorales entre las que me quedo con dos:

  • El tema de Dios en la filosofía existencial. Universidad de Madrid 1945. de Ángel González Álvarez.
  • Física y filosofía (el problema de la relación entre ciencia física y filosofía de la ciencia), Madrid, 1950.

Y me quedo con estas dos porque Carlos París y Ángel González, que fue profesor mío de Ontología en la Complutense, eran las personas más distantes que he

conocido. Don Ángel, al que apodábamos el “Momi” porque a aquellos jovencitos impertinentes un señor de sesenta y tantos años eran un cuasi cadáver, fue un hombre de derechas “de toda la vida”; sin embargo, Carlos París fue un hombre del PCE. Os lo dejo ahí para que reflexionéis sobre este curioso hecho.

Por cierto y para acabar, deciros que don Juan Francisco Yela tuvo el buen gusto de  que lo enterraran en la ya mencionada Sigüenza, la ciudad de las migas a la segontina y del SAFA; pero eso del SAFA es una historia que, por el momento, no tiene cabida en este blog. Cada harina, en su costal.

RAMÓN CARANDE, EL SEVILLANO DE PALENCIA



Ramón Carande y Thovar (sí, con h), el gran historiador de la Universidad de Sevilla,  era palentino de nacimiento. Su padre era de Carrión de los Condes y el mismo pasó una temporada en el pueblo paterno tal y como nos lo cuenta en su libro Personas, libros y lugares que tantas reminiscencias tiene, por lo menos en el título,  con el Persons and places del abulense de Boston, Georges Santayana. Carande es muy conocido por su libro, de 1943, Carlos V y sus banqueros, y en este pequeño tomito nos abre su corazón de palentino en el sur, en la finca de Almendral, su santuario espiritual, en donde moriría casi con cien años en 1986. Emociona leer sus recuerdos de la villa del Carrión, esa ciudad en la que fui feliz, y por eso os lo acerco en este mi humilde blog. Con todo mi cariño de palentino de origen a palentino de corazón. Amén.

SAN ALONSO RODRÍGUEZ O EL PORTERO QUE LLEGÓ AL CIELO



Desde hace unos años, quizás porque mi hijo pequeño se llama Alonso, siento un cariño especial por este santo humilde que se ganó la santidad trabajando de portero en un colegio de los jesuitas en Palma.

Nacido en Segovia, un día de Santiago apóstol de 1531,  hijo de un comerciante en lanas, Alonso tuvo en su vida un hecho capital, pero de esa tipo de hechos que cuya importancia no se ve en un primer momento: en su casa, se alojaron Pedro Fabro, uno de los cofundadores de los jesuitas, y otro padre jesuita. El futuro santo tenía doce años, pero la presencia de los jesuitas dejó una huella indeleble en su alma. Se marchó a estudiar  al colegio de Alcalá de Henares, pero no pudo completar sus estudios pues su padre falleció y tuvo que regresar a Segovia para hacerse cargo del negocio de lanas. Se casó entonces con María Suárez y tuvo tres hijos. Todo era felicidad en aquella casa de Alonso y María, pero los planes de Dios eran otros: a los cinco años de casados, María falleció y le dejó al marido los tres hijos de los que dos morirían al cabo de poco tiempo. Alonso se marchó a vivir con dos hermanas y con su el hijo que le quedaba y comenzó una vida de recogimiento y oración. Al poco moriría también el tercero de sus hijos y cayó el futuro santo en una terrible desesperación de la que se curó con la lectura del capítulo cuarto del Libro de la Sabiduría en el que se dice que muchos jóvenes mueren para librarse de peligros que les podrían arrebatar la santidad y la salvación. Alonso se quedó solo y, ahondando en la vida de mortificación y penitencia que había comenzado desde la muerte de su mujer y sus dos hijos, decide entrar en la orden jesuítica que acababa de ser fundada. Sin embargo, su edad, 39 años, y su falta de formación académica -pues recordemos que había tenido que dejar sus estudios por la muerte de su padre-,  hicieron que no fuera admitido. Marchó entonces para el colegio de Cordelles, en Barcelona, pero su interés por estudiar se vio frustrado por su mala salud y tuvo que dejar el colegio. Fue admitido como hermano laico y lo destinaron como portero al colegio de Montesión en Mallorca en donde desempeñaría el humilde oficio de portero durante treinta y dos años en los que tuvo como norte y guía esta simple idea, pero llena de espiritualidad: cada persona que llamaba a la puerta del convento era el propio Jesucristo. De esta manera,  su fama de santidad fue ganando día a día y San Pedro Claver recibió sus consejos en los que le decía que su misión estaba en América

Moriría el 31 de octubre de 1617  en ese colegio al que había llegado treinta años antes.

         Una vida simple, pero llena de dolor fue la vida de este santo segoviano que se hizo mallorquín de corazón. Todo un ejemplo de cómo ser santo santificando nuestro trabajo cotidiano por muy humilde que éste sea.

jueves, 24 de octubre de 2019

LA PROSA MILAGROSA DE GESUALDO BUFALINO



He releído después de casi diez años ese milagro de prosa en italiano que es La perorata del apestado de Gesualdo Bufalino, el genial escritor de Comiso, en Sicilia. La prosa de Bufalino es un milagro de la literatura, un gozo lector, una fiesta para los que amamos los libros de tal calidad que no puedo sino parangonarla con la de mi señor feudal en literatura, don Álvaro Cunqueiro. Don Gesualdo empezó esta novela, que es autobiográfica pues relata la vida de unos enfermos en un hospital de tuberculosos, en 1946, cuando tenía veintiséis años, pero no la publicó hasta 1981, cuando tenía sesenta y uno. Desde los sesenta y uno hasta los setenta y seis, que fue cuando murió, Bufalino publicó algunas novelas de las que os iré dando cuenta porque el filón de buena literatura que es este siciliano no se puede desaprovechar. Lo dicho, el que quiera gozar de la mejor prosa italiana que lea a Bufalino.

viernes, 18 de octubre de 2019

DON ANTONIO BIENVENIDA EN BOECILLO


En mi libro Boecillo con el corazón cuento cómo don Antonio Bienvenida vino a Boecillo a ver los toros de la ganadería de El Raso de Portillo y así lo escribo:

 

Es necesario recoger tal y como lo hace Asís Gamazo y Manglano en su libro, que EL Raso contó con el honor de que un torero de la talla de don Antonio Bienvenida viniera a nuestro Raso a la tienta de la ganadería. Así lo cuenta el autor del libro:

“La buena amistad permite a veces conversar callado para transmitir un razonamiento si éste es largo. José María Gamazo y García de los Ríos deseaba asesorarse para hacer seguir los toros que luego de su padre gestionó su hermano Germán; esos toros que habrían de pasar unos años con él hasta poder llegar a sus hijos, los hermanos Gamazo y Manglano. Se lo pidió a un hombre que admiraba en el ruedo y apreciaba en sociedad, “encuentre usted un hueco y venga a verlos”.

         Fue así cómo la Ganadería del raso de Portillo se benefició en esos años cincuenta de los consejos de Antonio Bienvenida, su amigo personal y caballero; torero de arte, de andar airoso y de mandar suave; una presencia de armonía y belleza delante de los toros”.

 

Sin embargo, tuve que suprimir una larga nota a pie de página porque, sumada a otras muchas notas y otros muchos apartados hacía que saliera un tocho de cerca de mil páginas. Así pues, lo que tuve que suprimir lo  voy a ir publicando en este mi humilde blog que me hacéis el gran favor de leer.:

 

Como supongo que haya algunos lectores que, o por no será aficionados a los toros,  o por juventud,  no sepan de la figura que fue don Antonio Bienvenida,  cuento, aunque someramente como es lógico, algunos datos fundamentales del diestro. Era hijo de Manuel Mejías Rapelas, el Papa Negro, y de Carmen Jiménez. Nació en Caracas en 1922 pues por allí andaba su padre toreando. Torero de finura y caballerosidad, tuvo tardes magistrales y otras no tanto, pero su excelentísima calidad por nadie le puede ser negada. Tras varias retiradas y reapariciones, se retiró definitivamente en las Vista Alegre el 5 de octubre de 1974 con sus 775 corridas y 54 novilladas en su capote. El 4 de octubre de 1975, tras oír Misa en Colmenar Viejo por su padre, fue con su familia a la finca de Amelia Pérez Tabernero en donde una res, que ya había sido devuelta al campo, regresó a la placita de tientas y, cogiéndole desprevenido, lo volteó violentamente. Bienvenida moriría en Madrid tres días después por las graves lesiones en la columna que le había ocasionado el percance. Por cierto, como curiosidad, Antonio Bienvenida fue miembro supernumerario del Opus Dei y pidió su admisión el 12 de enero de 1969. Desde entonces, Bienvenida santificaba su faceta de torero y,  cómo le dijo a San Josemaría en una conversación,  con ´´el recreándose en la suerte”. Tanto le gustó al santo barbastrino lo de “recrearse en la suerte” que lo utilizó en una tertulia con sus hijos e hijas como ejemplo de que también en la vida había que “recrearse en la suerte” y hacer las cosas despacio y bien, para que se pudieran ofrecer a Dios obras bien hechas y no chapuzas. Para más información sobre este maestro del toreo, podemos leer la biografía de Filiberto Mira Blasco y , para la curiosa anécdota de la “suerte”, podemos ver en Youtube, Antonio Bienvenida: 30 años después.

 

miércoles, 16 de octubre de 2019

EL VERANO DIVINO DE FULCO DI VERDURA

El verano siempre fue mi paraíso. Las calles de Marín, la playa, el cine, el vaso de leche en el Café Real, los paseos por la Alameda con mi amigo Arturo y tantas cosas más hacen que mi recuerdo conserve aquellos años como un cielo en la tierra. Luego venían once largos meses en que em pasaba recordando aquellos días. Nunca tuve mejores cumpleaños que los de Casa Campos en los que, al final, Campos me ponía un pasodoble en aquellos cartuchos ocho pistas que ya casi nadie se acuerda. Luego venía el regreso, el día más triste de mi vida, con aquel semáforo eterno en Xinzo de Limia en el que me daba tiempo a leer un cartel en la Peluquería Aguirre: OS LUNS CÓRTASE O PELO A NAVALLA. Cuando el coche arrancaba, seguíamos alejándonos, ya de manera irreversible de Marín, de la playa, de los amigos y un largo año se presentaba ante mí como un puerto infranqueable, un Tourmalet de agonía. Todo este rollo viene porque he leído un libro fantástico: El verano de mi infancia de Fulco di Verdura en el que el autor, un siciliano de Palermo que trabajó para Chanell, nos cuenta su infancia, ese territorio perdido y sin puente para volver a él. Fulco recuerda las fiestas, la playa, las villas de su familia, las visitas que llegaban por las tardes, los viajes a Europa en los que recorrían París, Viena o Budapest y, luego, a la vuelta, el paso por Florencia o por Roma. Eso sí, tenían que estar el día 2 de noviembre en Palermo porque ese día, el día de los muertos, era una fiesta principal en la que los niños recibían los regalos que les traían sus familiares fallecidos. El libro es de una factura bellísima, con un gran sentido del humor que se mezcla con una añoranza amable de aquellos años felices. Los libros sobre el verano, sobre el paraíso, siempre me han gustado mucho porque las vacaciones de verano siempre me han parecido lo más parecido a aquel jardín en el que habitaban Adán y Eva. Y por eso recuerdo un libro maravilloso como Helena o el mar del verano de Julián Ayesta Prendes, el gran escritor gijonés. No sigo: leed este libro de Fulco di Verdura si queréis disfrutar con él de su infancia.

domingo, 13 de octubre de 2019

LA ENTRADA NÚMERO MIL


Esta entrada que estáis leyendo es la entrada número mil. Empecé este blog en septiembre de 2012 y, desde entonces, no he dejado de escribir en él de todo tipo de temas, pero en especial de literatura, música y curiosidades varias de la historia. Empecé muy combativo atacando los poderes, pero, poco a poco, me fui centrando en los temas anteriores porque me di cuenta que con un blog no iba a salvar al mundo ¿o sí? El escribirlo me proporciona horas de felicidad e incluso de investigación y creo que he mejorado un poco desde la primera entrada hasta la última. Me gustaría seguir con vosotros, por lo menos, mil entradas más. En el fondo, cuando escriba la siguiente, tan sólo me quedarán   999.

LA COLINA DE LOS CHOPOS Y MI CALLE DEL PINAR


La colina de los chopos: ¡qué hermoso título para este libro de Juan Ramón Jiménez y qué bello el lugar al que yo visitaba de pequeño de la mano de mis padres! Salíamos de casa y llegábamos a la cercana calle del Pinar, esa calle mágica que para Juan Ramón era un río entre castaños y que para mí es mi calle de los juegos, de mi tren Talgo en la verja con arena del colegio Alamán, de mis cochecitos de plástico y de mis tbeos. La calle del pinar es una calle en cuesta y, cuando se acababa la verja y se llegaba a la puerta trasera del que había sido uno de los muchos palacios de La Castellana,  aparecía la otra casa del colegio y un campo de baloncesto que lindaba con una casa antigua, con cierto toque de misterio en la que vivía Pepe, el fumista, y el pobre Manolo, aquel chico que se mató con un Gordini en una mañana de niebla y que, a partir de entonces, fue “el pobre Manolo”: mira, ahí va la viuda del pobre Manolo; mira, ahí van las hijas del pobre Manolo; mira, la madre del “pobre Manolo”.

         Había que dejar esa casa atrás, cruzar María de Molina y seguir por Pinar, cuesta arriba para entrar en aquel jardín mágico que describe Juan Ramón Jiménez en su libro. Nada sabía yo por entonces de Residencias de Estudiantes, de Lorca, de Buñuel o del mismo Juan Ramón. Yo era un niño solitario que jugaba en la colina de los chopos, de los chopos que plantó el poeta onubense. Aún conservo las fotos en las que se me ve con mis padres, con bufanda y verdugo para que no enfermara de la garganta, montado en mi bicicleta con ruedines. Años más tarde, me veo en ese jardín ya adolescente, con pantalones Lee y unas patillas de abundante bozo que no me quería cortar quizás por mi devoción confesa a Curro Jiménez. Aquella colina era – y es-, mi territorio sagrado, el lugar en que me sentía en mi propio locus amoenus sin saber qué era ni dónde se ubicaba . Entonces bailaba con la felicidad sin darme cuenta  y el baile llegaba a mí sin tener que mirarme los pies.

         Juan Ramón recoge en este libro recuerdos y aforismos y me alegro de que sus recuerdos coincidan con los  míos, niño al que llevaban a los “altos del hipódromo” para jugar el fútbol y tomar el aire; para tomar un Trinaranjus (así se llamaba entonces) en uno de aquellos kioskos de fábrica que había en los jardines del Museo de Ciencias Naturales y de la Escuela de Ingenieros, un mundo dentro de otro mundo. Después, por Vitrubio, conocida popularmente como “la calle de los culos” por las esculturas griegas que adornaban las tapias del Ramiro y que el ministro Ruiz Jiménez agrupó por “inmorales” en un pedestal,  íbamos hacia la calle del “general bonito” y bajábamos para casa descendiendo por el este de la colina, una más de las muchas que, Serrano arriba, conformaban el barrio de El Viso cuyo nombre nos indica claramente su situación.

lunes, 7 de octubre de 2019

LA ESCUELA PORTUGUESA DE TECLA


 Hoy quiero dedicar un breve apunte a los que son máximos exponentes de la escuela portuguesa de tecla dejando de lado a su miembro más conspicuo, Carlos de Seixas. 
En primer lugar hay que tratar de Manuel Rodrigues Coelho, 1555-1635, que tras pasar por Badajoz y Elvas, fue nombrado organista de la catedral de Lisboa y miembro de la capilla real portuguesa. Su relevancia fue mucha y especialmente es conocido por sus tientos que, aunque por detrás de Cabezón, lo sitúan en la élite de la tecla ibérica.
           El segundo es Heliodoro de Paiva que nació en Lisboa en una fecha desconocida y que fue fraile agustino. Además de componer Misas, motetes y Magnificats, de Paiva tuvo tiempo para escribir versos en griego, en latín y en hebreo además de dedicarse a la teología y a la filosofía.
           El tercer autor es Pedro de Araújo al que hay que situarle en Braga de cuya catedral fue organista y en cuya archidiócesis fue director de coro y profesor de música. Escribió trece obras para órgano y se le atribuyen seis cuya escritura tiene rasgos semejantes a la de Araújo, Su obra más famosa es la Batalla en sexto tono que incluye elementos de la Batalla de Clement Jannequin.
           Por cierto, se me olvidaba decir que los que saben dicen que en su escritura musical hay elementos aragoneses, italianos y portugueses. Pues eso.

ES UNA MONJA PORTUGUESA CON CERTEZA, CON CERTEZA ES UNA MONJA PORTUGUESA




Mariana Alcoforado es la monja portuguesa a la que se le atribuyen unas muy hermosas cartas de amor  dirigidas a un  oficial francés que se llegó, por la guerra contra los españoles – una de tantas-, hasta su convento en la alentejana cuidad de Beja. Doña Carmen Martín Gaite afirma en el prólogo que toda esta historia es uno de los engaños mejor pergeñados de la historia de la literatura universal y, en el prólogo a estas cartas, nos da las razones con las que mantiene este argumento. Por el contrario, la Condesa de Pardo- Bazán, siguiendo a Luciano Cordeiro, opina que la monja existió y que las cartas son reales. Dice la condesa que en el siglo XVII, la vida en los conventos nada tenía que ver con la vida del siglo XIX y que, en aquellos años en los que vivía doña Mariana, en España, existía lo que los clásicos llaman el galán de monjas cuyas funciones no es menester explicar. En fin, que queda el misterio de si todo fue una mentira de Gabriel de Guilleragues, un gentilhombre gascón que tuvo a bien presentarse en un círculo de señoras con semejante patraña, o si bien la monjas existió. Sea como fuere, ya sólo la historia de la realidad o de la falsedad de las cartas me parece apasionante tanto monta si el amor de sor Mariana fue real, como si el amor de la monja fue un invento ideado por el autor gabacho. Martín Gaite dice que el original no se encontró nunca y que siempre que se tradujo se hizo desde el francés que parece ser la lengua original de las cartas. Según esto, doña Carmen tendría razón, pero ¡es tan bonita la tesis de Cordeiro! Nos quedamos con la duda y, sobre todo, nos quedamos con las cartas de esta monja portuguesa que nos han hecho disfrutar en estas tardes octobrinas llenas de mosto y de dorados reflejos.