Cuando viajando desde Herrera de Pisuerga nos vamos acercando a Cervera, el paisaje cambia y nos vamos encontrando lentamente con rebollos y prados que anticipan los paisajes que encontraremos por La Pernía, allá donde el Pisuerga “da sus primeros vagidos minerales” en la Fuente del Cobre. Si, tras haber parado en Cervera, esa capital de la Montaña Palentina en la que tuvo su feudo Piedad Isla, la eximia fotógrafa que dedicó su vida a aquellas tierras y cuyo museo tuve la fortuna de visitar, nos subimos por Polentinos (nombre con resonancia en Doña Perfecta de Galdós), nos vamos llegando ya a un hermoso paisaje de montañas, ganados y chopos que van escoltando la carretera. A partir de ese punto, cada pueblo es para mí un nombre mágico, un conjuro contra el dolor y la muerte: San Salvador de Cantamuda, Camasobres, la abadía de Lebanza. En Camasobres, con su la Venta Campa, ese lugar que en que el tiempo se detiene para tomarse un café mientras la nieve es una mañana de infancia en el paraíso, el paisaje es cada vez más montaraz y, de pronto, un desfiladero nos cierra el paso: el desfiladero de la Hoz que, si no tan conocido como el de La Hermida o el de los Bellos, tiene una belleza que para mí resulta sobrecogedora por su estrechez, una angustura que nos aprieta el alma mientras queremos escapar montaña arriba.
Sin
embargo, viajeros curiosos que esa ruta hagáis, es menester deciros que hasta
finales del siglo XIX, los que querían pasar a Cantabria, entonces conocida
como La Montaña pues la Montaña de Castilla era, no utilizaban este desfiladero
que, por su angostura, no dejaba pasar las diligencias ni casi tampoco los animales
y marchaban monte arriba por el pueblo de Casavegas desde donde se dirigían a
Caloca, que era lugar más seguro y que
los habitantes de la zona utilizaron como paso desde tiempos inmemoriales.
Desde
finales del siglo XIX y por la dinamita que venció aquellas rocas calizas que
llegan a saludarnos desde la Cotera, ningún caminante usa este camino para
llegarse hasta La Liébana y todos pasamos por el puerto de Piedrasluengas y el
pueblo homónimo para llegarnos hasta la Venta Pepín y tomarnos un cocidito
lebaniego bien servido por Federico y su familia. Más adelante están Valdeprado
o Cabezón de Liébana, ya cerca de Potes la capital comarcal que tiene como
salida al mar el desfiladero de la Hermida aunque, durante muchos siglos, el
paso era por los montes hasta llegar a Puente Nansa. Pero esto ya es otra
historia que la que hablaremos otro día.
Por
ahora, quiero que os quedéis con el desfiladero de la Hoz, más modesto, más
íntimo, más “casero” que el de la Hermida, sin un Galdós que dijera de él que
era “el esófago de la tierra”. Yo siempre le recuerdo, hace ya muchos años, con
unos perros asilvestrados por la carretera y con ese hayedo que mira al norte y
que resguarda la nieve como un tesoro de invierno. Pero de todo esto habla mi poemario “Antifonario de la Liébana” y a
él os remito si queréis contemplar con los ojos de un poeta estos mis paisajes
del alma.
( La maravillosa foto que ilustra
esta humilde entrada procede de este buen blog: https://origeness.blogspot.com/2016/04/el-persianazo-de-la-venta-campa.html.
En él, podréis enteraros de una triste noticia que ocurrió hace cuatro años: la
Venta Campa cerró. Se me va la infancia monte arriba sin remedio).
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