Para terminar el mes, quiero tratar otra vez de Lorca, pero, en esta ocasión, de los cantantes (o, al menos, algunos) que han musicado a mi querido Federico.
Del primero que tengo recuerdo es de
Paco Ibáñez que musicó La canción del jinete, gracias a la
cual, sin montar todavía a caballo, ya sabía lo que eran los ijares:
En
la luna negra
de
los bandoleros,
cantan
las espuelas.
Caballito negro.
¿Dónde
llevas tu jinete muerto?
...Las duras espuelas
del
bandido inmóvil
que
perdió las riendas.
Caballito frío.
¡Qué
perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra,
sangraba
el costado
de
Sierra Morena.
Caballito negro.
¿Dónde
llevas tu jinete muerto?
La noche espolea
sus
negros ijares
clavándose
estrellas.
Caballito frío.
¡Qué
perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra,
¡un
grito! y el cuerno
largo
de la hoguera.
Caballito negro.
¿Dónde
llevas tu jinete muerto?
Romero Sanjuán, cantante sevillano,
musicó hace ya bastantes años la hermosísima Balada de un día de julio de su
libro de poemas (1918-1920)
BALADA
DE UN DÍA DE JULIO
Esquilones
de plata
Llevan
los bueyes.
—¿Dónde vas, niña mía,
De
sol y nieve?
—Voy a las margaritas
Del
prado verde.
—El prado está muy lejos
Y
miedo tiene.
—Al airón y a la sombra
Mi
amor no teme.
—Teme al sol, niña mía,
De
sol y nieve.
—Se fue de mis cabellos
Ya
para siempre.
—Quién eres, blanca niña.
¿De
dónde vienes?
—Vengo de los amores
Y
de las fuentes.
Esquilones de plata
Llevan
los bueyes.
—¿Qué llevas en la boca
Que
se te enciende?
—La estrella de mi amante
Que
vive y muere.
—¿Qué llevas en el pecho
Tan
fino y leve?
—La espada de mi amante
Que
vive y muere.
—¿Qué llevas en los ojos,
Negro
y solemne?
—Mi pensamiento triste
Que
siempre hiere.
—¿Por qué llevas un manto
Negro
de muerte?
—¡Ay, yo soy la viudita
Triste
y sin bienes!
Del
conde del Laurel
De
los Laureles.
—¿A quién buscas aquí
Si
a nadie quieres?
—Busco el cuerpo del conde
De
los Laureles.
—¿Tú buscas el amor,
Viudita
aleve?
Tú
buscas un amor
Que
ojalá encuentres.
—Estrellitas del cielo
Son
mis quereres,
¿Dónde
hallaré a mi amante
Que
vive y muere?
—Está muerto en el agua,
Niña
de nieve,
Cubierto
de nostalgias
Y
de claveles.
—¡Ay! caballero errante
De
los cipreses,
Una
noche de luna
Mi
alma te ofrece.
—Ah Isis soñadora.
Niña
sin mieles
La
que en bocas de niños
Su
cuento vierte.
Mi
corazón te ofrezco,
Corazón
tenue,
Herido
por los ojos
De
las mujeres.
—Caballero galante,
Con
Dios te quedes.
—Voy a buscar al conde
De
los Laureles...
—Adiós mi doncellita,
Rosa
durmiente,
Tú
vas para el amor
Y
yo a la muerte.
Esquilones de plata
Llevan
los bueyes.
—Mi corazón desangra
Como
una fuente.
De
Libro de poemas (1918-1920)
Joan Manuel Serrat le puso música al
Herido de amor que es un poema que
aparece en su obra teatral Amor de don Perlimplín
con Belisa en su jardín. Es un bellísimo poema con aires de mi San Juan de la
Cruz y es uno de los tantos poemas maravillosos que Lorca engasta en sus obras
teatrales. Ahí va la letra:
Amor,
amor
que
está herido.
Herido
de amor huido;
herido,
muerto
de amor.
Decid
a todos que ha sido
el
ruiseñor.
Bisturí
de cuatro filos,
garganta
rota y olvido.
Cógeme
la mano, amor,
que
vengo muy mal herido,
herido
de amor huido,
¡herido!
¡muerto
de amor!
Por cierto, Ana Belén, en su disco Lorquiana, también cantó esta hermosa
letra con la música del cantautor catalán recién retirado de los escenarios, pero
que sigue presente en nuestra vida.
Amancio Prada, meu queridiño Amancio,
tiene un disco dedicado a Lorca y, en él, un bellísimo poema de esa obra
maravillosa que es el Maleficio de la
mariposa, obra que fue un rotundo fracaso en su estreno matritense, pero
que enamora a cualquiera que la lea. De la belleza de este poema lorquiano,
para qué os voy a hablar.
Volaré
por el hilo de plata.
Mis
hijos me esperan,
allá
en los campos lejanos,
hilando
en sus ruecas.
Yo
soy el espíritu
de
la seda.
Vengo
de un arca misteriosa
y
voy hacia la niebla.
Que
cante la araña
en
su cueva;
que
el ruiseñor medite
mi
leyenda;
que
la gota de lluvia se asombre
al
resbalar sobre mis alas muertas.
Hilé
mi corazón sobre carne
para
rezar en las tinieblas,
y
la muerte me dio dos alas blancas,
pero
cegó la fuente de mi seda.
Ahora
comprendo el lamentar del agua,
y
el lamentar de las estrellas,
y
el lamentar del viento en la montaña,
y
el zumbido punzante
de
la abeja.
Porque
soy la muerte
y
la belleza.
Lo
que dice la nieve sobre el prado,
lo
repite la hoguera;
las
canciones del humo en la mañana
las
dicen las raíces bajo tierra.
Volaré
por el hilo de plata;
mis
hijos me esperan.
Que
cante la araña
en
su cueva;
que
el ruiseñor medite
mi
leyenda;
que
la gota de lluvia se asombre
al
resbalar sobre mis alas muertas.
Por último, la archifamosa, gracias al
cantante de la Isla de San Fernando, La
leyenda del tiempo, que forma parte de la obra teatral Así que pasen cinco
años. Es fama que Camarón no entendía bien la letra que estaba cantando, pero
su arte y su magia suplían con creces sus pocas letras escolares.
El
sueño va sobre el tiempo
flotando
como un velero.
Nadie
puede abrir semillas
en
el corazón del sueño.
¡Ay,
cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué
témpanos de hielo azul levanta!
El
tiempo va sobre el sueño
hundido
hasta los cabellos.
Ayer
y mañana comen
oscuras
flores de duelo.
¡Ay,
cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué
espesura de anémonas levanta!
Sobre
la misma columna,
abrazados
sueño y tiempo,
cruza
el gemido del niño,
la
lengua rota del viejo.
¡Ay,
cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué
espesura de anémonas levanta!
Y
si el sueño finge muros
en
la llanura del tiempo,
el
tiempo le hace creer
que
nace en aquel momento.
¡Ay,
cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué
témpanos de hielo azul levanta!
(Federico
García Lorca, Así que pasen cinco años
[1933]
Hay más cantantes que han grabado discos
con letras de Lorca y así, a botepronto, se me viene a las mientes Miguel
Poveda (Enlorquecido) y la gran
Pasión Vega, la cantante que, según Joaquín Sabina, “cuando canta, tiene un
viejo dentro” y que en noviembre pasado publicó su disco Lorca sonoro que incluye canciones y textos recitados. A destacar
esa “fusión” entre El romance sonámbulo y Ojos
verdes de Rafael de León aunque el recitador, por muy poeta y gaditano que sea, no ayuda
nada y más bien estorba. Y casi se me olvida, pero aquí está el Omega
de Enrique Morente, paisano de Lorca, de cuyo arte me hablaba este año pasado
un gitano del Albaicín y me reconocía que, entre los gitanos, no acaba de ser
reconocido como se merecía por la tontería de ser payo. En fin, con su pan se
lo coman. Este gitano granadino había colaborado con Morente en su Omega, que fue toda una revolución en el
flamenco como la ya mencionada Leyenda
del Tiempo o Potro de rabia y miel de Camarón. Mi opinión de estos discos
la dejo para otra entrada. Pero como
veo que ya, arrastrado por los duendes del cante, me estoy yendo por las ramas,
dejamos la continuación “flamenca” para
otro día.