domingo, 15 de enero de 2023

DON EMILIO GARCÍA GÓMEZ Y FEDERICO GARCÍA LORCA

 


Desde los remotos tiempos de la Facultad, he sentido una gran curiosidad por el árabe en particular y por la cultura árabe en general, curiosidad que me lleva a una poderosa admiración que se ha visto potenciada por nuestro reciente viaje a Granada. Los nombres de Asín Palacios o de Emilio García Gómez me son familiares y, en el caso del segundo, lo relaciono con los zéjeles de Ben – Quzman. Sin embargo, me faltaba por leer esta obrita de mi muy querida C0oección Austral  en la que el gran arabista selecciona 112 poemas arábigo andaluces que son ciento doce perlas de la poesía. Sorprende que, en una fecha tan temprana (hablamos del siglo XII) cuando la literatura en lenguas romances estaba todavía en sus primeros vagidos, se alcanzara, en la poesía árabe, tal perfección formal y tan elevada carga poética.  Estos poemitas son como los cármenes granadinos del Albaicín, “paraísos cerrados para muchos, jardines abiertos para pocos”, como decía don Pedro Soto de Rojas, el sacerdote granadino que cuidaba con esmero su carmen entre misa y misa.

         Don Emilio publicó la primera edición de estos maravillosos poemas en 1930 y de esa traducción bebió mi muy querido Lorca que cultivó la amistad con el arabista madrileño. Federico se embebió de estos poemas y alumbró esa maravilla que se llama Diván del Tamarit, siendo el Tamarit el nombre de una huerta cercana a la familiar de los Lorca, la Huerta de San Vicente. Voy a  copiaros tan sólo uno, el 105,  que habla de una noria:

¡Dios mío! La noria desborda de agua dulce en un jardín cuyos ramos están cubiertos de frutos ya maduros.

Las palomas le cuentan sus cuitas y ella les responde repitiendo notas musicales.

Parece un enamorado incurable que da vueltas en el lugar de las antiguas citas, llorando y preguntando por quien se alejó.

Y, como si hubiesen sido estrechos los conductos de los párpados para contener las lágrimas, estallaron sus costados como párpados.

                            Sad Al –Jayir de Valencia. (Siglo XII)

 

¿Os extraña que Federico, tras leer este fragmento escribiera que tenía “un colibrí de amor entre los dientes”? A mí, la verdad, es que no.

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