Desde
los remotos tiempos de la Facultad, he sentido una gran curiosidad por el árabe
en particular y por la cultura árabe en general, curiosidad que me lleva a una
poderosa admiración que se ha visto potenciada por nuestro reciente viaje a
Granada. Los nombres de Asín Palacios o de Emilio García Gómez me son familiares
y, en el caso del segundo, lo relaciono con los zéjeles de Ben – Quzman. Sin
embargo, me faltaba por leer esta obrita de mi muy querida C0oección Austral en la que el gran arabista selecciona 112
poemas arábigo andaluces que son ciento doce perlas de la poesía. Sorprende
que, en una fecha tan temprana (hablamos del siglo XII) cuando la literatura en
lenguas romances estaba todavía en sus primeros vagidos, se alcanzara, en la
poesía árabe, tal perfección formal y tan elevada carga poética. Estos poemitas son como los cármenes
granadinos del Albaicín, “paraísos cerrados para muchos, jardines abiertos para
pocos”, como decía don Pedro Soto de Rojas, el sacerdote granadino que cuidaba
con esmero su carmen entre misa y misa.
Don Emilio publicó la primera edición
de estos maravillosos poemas en 1930 y de esa traducción bebió mi muy querido
Lorca que cultivó la amistad con el arabista madrileño. Federico se embebió de
estos poemas y alumbró esa maravilla que se llama Diván del Tamarit, siendo el
Tamarit el nombre de una huerta cercana a la familiar de los Lorca, la Huerta
de San Vicente. Voy a copiaros tan sólo
uno, el 105, que habla de una noria:
¡Dios mío! La noria
desborda de agua dulce en un jardín cuyos ramos están cubiertos de frutos ya
maduros.
Las palomas le
cuentan sus cuitas y ella les responde repitiendo notas musicales.
Parece un enamorado
incurable que da vueltas en el lugar de las antiguas citas, llorando y
preguntando por quien se alejó.
Y, como si hubiesen
sido estrechos los conductos de los párpados para contener las lágrimas,
estallaron sus costados como párpados.
Sad
Al –Jayir de Valencia. (Siglo XII)
¿Os extraña que
Federico, tras leer este fragmento escribiera que tenía “un colibrí de amor
entre los dientes”? A mí, la verdad, es que no.
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