Querido José Hierro:
Hace ya unos años que te vi en Ávila,
en aquellos “Lunes literarios” que organizaba José María Muñoz Quirós y por los
que pasaron todos los grandes poetas de finales del siglo XX y principio de
este siglo XXI. Por desgracia, muchos habéis muerto, pero vuestros poemas viven
en vuestros libros y, como decía Agustín García Calvo, al recitarlos, dejan la
tinta y viven en el aire. Te escribo esta carta, José, porque ayer me terminé tus Poesías completas (1947 – 2002) en las que se recogen tanta poesía
de tantos quilates, de tanta calidad, de tanta humanidad y de tanta poesía que
ha sido de las mejores lecturas en los que llevo de año. Ya había yo leído tus
libros sueltos, pero, al leerlos una detrás de otro, en orden cronológico, se va creando una especie de corriente que va
surgiendo de toda tu obra y que nos llega al corazón. Ahí estaban mis versos de
que rezan: “llegué por el dolor a la alegría”; o aquellos otros que dicen “si
muero, que me pongan desnudo frente al mar”. Y tantos otros, José, porque tú
escribías versos vivos, siempre vivos, para los vivos y los muertos.
Gracias, José, por tus versos que dan
vida y por tu vida que repartió versos. Gracias, José, por enseñarnos que la
vida merece la pena vivirse. Gracias, Pepe Hierro, José, cántabro de Madrid,
cántabro de cantiles, cántabro de ese mar que te aguardaba siempre para vivir y
para morir desnudo en sus playas; gracias, Pepe, por no haber odiado cuando
habrías tenido tantas razones para odiar y, como dice Miguel García Posada en
su espléndido epílogo “no eran el rencor ni el odio los impulsos que guiaban la
poética de Hierro”.
Gracias, pepe Hierro, porque nos
legaste una ética de la dignidad incluso en la derrota, porque tú estuviste en
el bando perdedor, pero no elegiste el rencor que ciega y así, en 1947,
condenado en la cárcel de Santander, el famoso Dueso, decías en un poema “ quisiera en esta tarde
no odiar”.
Gracias, pepe Hierro, porque nos
enseñaste que por el dolor se llega a la alegría, que, aun vencidos, no debemos
perder nunca la dignidad ni la solidaridad con los otros vencidos. Gracias,
José Hierro, porque como Beethoven, llevaste la alegría hasta sus más altas
cimas. Gracias, Pepe Hierro, porque nos recuerdas que “sobre nuestras espaldas
pesan mucho los muertos” y, GRACIAS A TU AVISO, ya nos hemos ido haciendo a su carga; gracias,
Pepe Hierro, porque nos enseñaste, como dice mejor que yo el ya citado García -
Posada, que tu obra es “un obstinado
empeño en restablecer la quebrada armonía del mundo y ofrecer una vida. “ La
tuya, Pepe Hierro, la tuya.
Gracias, José, por tus poemas. Al
terminarlos de leer, creo que me he vuelto más humano y he sentido que mis
poemas humildes son nada en comparación con tu obra de gigante, de Ojáncano cántabro
de las leyendas que leían mis hijos en su infancia cercana.
Yo te oí leer, te escuché leer, te viví leer, Pepe Hierro, cuando tu enfisema ya te quitaba
la vida y nunca he oído a alguien recitar así. Juntos nos encontramos con
Gloria Fuertes, tan payasa y tan humana, tan solitaria, pero tan solidaria; con
Schubert, con Bach que estaba con Mahalia Jackson en un barco en el puerto de
Nueva York; estuvimos en un concierto con Beethoven, pero nos marchamos con él al
hotel porque el maestro quería oír su “novena” en un televisor sin sonido. También
nos encontramos con Mozart y con Alma Mahler. ¿Te acuerdas de los árboles de
Dublín? ¿Te acuerdas de Picasso con sus tetas como guantes de boxeo? ¿Te
acuerdas de cómo los andaluces estaban diciendo a cada momento “¡Ojú, qué frío!”?
¿Te acuerdas, Pepe, de ese cocktail
en el que estaba nuestro Juan de Yepes? Gracias, Pepe, por decirme aquella
tarde en el Sardinero, bajo la atenta miraba de José María del Río Sainz, “Pick”,
marino y poeta - o viceversa que tanto da - estos tres versos inolvidables:
que
aunque yo esté solo,
solo
con la vida,
nunca
estaré solo.
Gracias por todo,
Pepe Y te robo esta maravilla con la que nos dijiste adiós:
VIDA
Después
de todo, todo ha sido nada,
a
pesar de que un día lo fue todo.
Después
de nada, o después de todo
supe
que todo no era más que nada.
Grito
¡Todo!, y el eco dice ¡Nada!
Grito
¡Nada!, y el eco dice ¡Todo!
Ahora
sé que la nada lo era todo.
y
todo era ceniza de la nada.
No
queda nada de lo que fue nada.
(Era
ilusión lo que creía todo
y
que, en definitiva, era la nada.)
Qué
más da que la nada fuera nada
si
más nada será, después de todo,
después
de tanto todo para nada.
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