He conocido a Tomás Morales, como a tantos poetas en este
año, gracias a esa maravillosa antología de poetas que trataron el mar que es
el libro de José María Fernández Nieto, ese poeta que se nos fue a comienzos de
enero, que lleva por título Epilírica del
mar. Nunca había oído hablar de este canario que, durante su vida de
bohemia estudiantil en Madrid, frecuentaba la tertulia literaria de Villaespesa
que el poeta almeriense organizaba en su propia casa. Sus versos están llenos
de mar y merecerían un conocimiento mayor; esa es la razón por la que os los
traigo hasta este blog que se dedica últimamente a rescatar poetas olvidados.
Me gusta mucho el soneto en alejandrinos que elige Andrés Sánchez Robayna,
autor de la lectura que publicó Mondadori en el año 2000 de su único libro en
el que se recogía toda su producción: Las
Rosas de Hércules. Con él se cierra su libro primero.
Yo
fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño;
argonauta
ilusorio de un país presentido,
de
alguna isla dorada de quimera o de sueño
ocultas
entre las sombras de lo desconocido…
Acaso
un cargamento magnífico encerraba
en
su cala mi barco, ni pregunté siquiera;
absorta
mi pupila las tinieblas sondaba
y
hasta hube de olvidarme de clavar la bandera…
Y
llegó el viento del Norte, desapacible y rudo;
el
vigoroso esfuerzo de mi brazo desnudo
logró
tener un punto la fuerza del turbión;
para
lograr el triunfo luché desesperado,
y
cuando ya mi brazo desfallecía , cansado,
una
mano, en la noche, me arrebató el timón…
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