Reconozco que era un libro que tenía ganas de leer y que he
tardado casi veinte años en hacerlo desde que me habló de él, allá en un bar de
la calle Atocha de Madrid, mi buen amigo Pablo Perera, el filósofo de Pozuelo.
Estábamos los dos preparando las oposiciones a profesores de Bachillerato y en
aquel bar madrileño nos estuvimos metiendo para el cuerpo los temas de
pedagogía. (Que Dios no nos lo tenga en cuenta) Pues bien, decidí leer en este
mes el Tristram Shandy en la
traducción de Javier Marías, traducción que, por otra parte, fue galardonada
con el Fray Luis de León. Me puse a ello y ha poco que me he terminado el Tristram, los Sermones
las más ¡mil notas al texto! que coloca don
Javier. Si tengo que ser sincero el libro, el Ulises del siglo XVIII como lo llaman algunos, no me ha
entusiasmado. Salvo el libro VII en que relata su viaje por Europa, el libro me
ha resultado algo farragoso y, pese a la gracia que le hace a Marías, no me ha
hecho sonreír nada más que al principio. Sí es verdad que se adelanta a su
tiempo con páginas en blanco, páginas en negro, dibujos y otras lindezas, pero,
desde luego, no es “el Quijote inglés”. Sterne era quizás un extravagante como
Joyce capaz de escribir bien como lo hace en su Viaje, y como lo hizo Joyce en Dublineses
o en el Retrato del artista adolescente, pero insufrible en su Ulises. En fin, los diez folios de notas
que he tomado dan fe de mi lectura “profunda” y “aprovechada”, pero como dijo
don Alfredo Kraus tras grabar I puritani
de Bellini, non più mai.
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