lunes, 31 de marzo de 2014

EL SUR TAMBIÉN EXISTE (EN POESÍA, AL MENOS)




El cine, ese creador de sueños, está lleno de películas en las que se retrata, de manera más o  menos fidedigna, la vida en el sur de los Estados Unidos. En este libro que traduce Antonio J. del Puig, Barón de la Roda, con poetas y poemas sacados de los volúmenes de su amplia biblioteca cartagenera, se recogen algunos poetas sureños tales como Henry Timrod o Sydney Lanier de los que Borges dijo que eran los dos poetas más grandes de América junto con Whitman. A mí, me ha emocionado el poema del reverendo Abraham J. Ryan en el que se habla de la espada de Lee, el general sudista, que “duerme el sueño derrotada, pero sin ninguna mancha”. Y es que el sur era una tierra especial de grandes plantaciones y dandis declarados.  Yes, give me a land that hath story and song! , sí, dame una tierra que tenga una historia y una canción, decía también Ryan. Todos es, al final lo que necesitamos: una tierra, una historia y una canción.

 


LARGO LAMENTO





Nunca he ocultado mi gran predilección por Pedro Salinas, especialmente desde que Chacho, mi profesor de Literatura en 3º de BUP, me leí aquello de “Para vivir no necesito palacios ni torres; que alegría tan alta vivir en los pronombres”. Ahora he terminado la lectura de Largo lamento, bellísimo libro de una poesía de alta calidad, de la que ya no queda. Si no, a las pruebas me remito.

Tormenta aquí. Pero ¿y allí, donde tú estás?

¿Verás estos relámpagos que veo?

¿Oirás los truenos

con que amenaza inútilmente el cielo

a las estrellas que están detrás imperturbables?

¿Te llorará la noche,

como me llora a mí, mi soledad,

con lágrimas prestadas

y vendederas, lluvia por la frente?

Tus oídos, mis oídos,

tus ojos y mis ojos

¿estarán enlazados

por estos hilos vívidos que tienden

rayo y trueno a través de la distancia?

 

No. Deseo que estés suelta.

Deseo que tu noche sea pura,

que tu mirada pueda

vacilar, escogiendo lentamente

la estrella favorita

que esta noche te va a servir de almohada.

Ojalá lo que oigas

sea el revés del trueno,

el sonoro silencio

donde se escucha lo que no se dice

y se quiere decir o que nos digan.

 

No, [no] nos quiero unidos

a costa de que sientas

temblar el mundo como yo lo siento.

Ojalá te rodee

la paz que se merece tu mirada,

y en ti la guardes para mí.

Y que cuando mañana nos veamos

y se encuentren tus ojos con mis ojos

tu recuerdo derrote a mi recuerdo

como derrota el ángel a la sombra.

Y que en el día nuevo

sea tu cielo el que nos acompañe.

 

LA CARTUJA DE PARMA


 
Hace ya muchos años que  leí Rojo y Negro,  la novela del autor al que Ortega llamaba archinarrador del Altísimo. Ahora, he aprobado una asignatura pendiente que tenía al terminar estos días atrás La cartuja de Parma, la segunda novela más conocida de don Henri Beyle, más conocido como Stendhal. La novela , para mí, tiene dos momentos bellísimos y un final demasiado acelerado. Vamos por partes como Jack el destripador.
     El primero de los momentos de gloria es precisamente cuando Fabricio del Dongo se va a Warterloo para conocer a Napoleón y se cubre de gloria , pero en el peor de los sentidos; el segundo, cuando, encerrado en una torre, conoce a Clelia Conti, hija del general que es, por mal azar,  su carcelero. Sólo Stendhal podría narrar así un amor. El final es demasiado acelerado y Beyle se trastabilla para contar en tres páginas lo que tendría que haber  contado en algunas más. Parece ser, según Consuelo Bergés, gran traductora y conocedora de Stendhal, que el editor le puso las peras al cuarto en el sentido de que tenía que recortar el manuscrito y don Enrique lo recortó quizás por donde no debía. Lo que sí es cierto, lo dijera o no el editor, es que a la novela le sobran, como dice un buen amigo mío, doscientas páginas. Yo os recomiendo su lectura porque es un clásico y porque merece conocer las intrigas de Parma que son como una pequeña visión de lo que serían las grandes cortes europeas con sus camarillas y podredumbres. También porque merece la pena leer ese amor maravilloso entre Clelia y Fabricio y porque… es Stendhal. Rien ne va plus.

EN LA ISLA DE SAN SIMÓN




 

 
         Cuando trabajaba en el IES “Marqués de Lozoya y preparábamos los Recreos Poéticos, tuve la idea de hacer uno sobre los poetas olvidados. Por allí iban a andar Fernández Grilo, Quintana y Núñez de Arce. Sin duda que no debería haber faltado en esa cita Diego San José, un escritor que llegó a escribir sesenta novelas y miles de artículo además de su obra poética nada despreciable. Detenido al acabar la Guerra Incivil  por haber tenido un cargo durante la República, fue  encarcelado en el presidio de la isla de San Simón, la de las cantigas de Martín de Códax.  Liberado, fijó su residencia en Redondela y en esta villa gallega murió en 1962. He leído una antología en la colección de Los poetas del año 1929. Y os recojo este soneto del amor tardío.

Perdónete el Señor, padre Cupido,

lo tarde que viniste a mi cuidado;

a mí llegas sumiso por cansado,

que es ya mucho, ¡ay de mí!, lo que has corrido.

 

¿En cuántos corazones has tenido

plaza de rey hasta que a mí has llegado?

Cuántos ojos tus burlas han llorado?

¿Cuántos labios los tuyos han prendido?

 

No tengo celos yo de tu presente,

y sí los tengo de tu vieja historia.

¡Ellos han de abrasarme eternamente!

 

¡Ay! ¡ Malhayan las sendas que corriste

en carrera triunfal! Diera mi gloria

por borrar los caminos que anduviste.

 

JAVIER DE ARCO Y LAS LIBÉLULAS





Pues resulta que este Javier de Arco ganó el premio San Juan de la Cruz y, este año, ha ganado el José Zorrilla en su primera convocatoria . Mi amigo Carlos Aganzo le pone muy bien y, en el prólogo de Luis María Ansón, el académico y traidor a ABC, lo pone como un fenómeno. Llevado por tan doctas voces,  me he acercado a su libro premiado,  Las horas sumergidas,  y me ha parecido interesante aunque se hable en la página 37 de libélulas que parece que están de moda en la poesía actual española. Tomo nota e incluiré alguna libélula en mis próximos poemas con razón o sin ella. En fin, os dejo este poema como os digo siempre para endosaros algún poeta que he leído.

Un día árido y triste.

Descalzos los recuerdos,

los vencejos entonan

su letánico son:

ceremonia del viento,

del pudor con que salgo

a contar la leyenda de los vivos.

Y mi voz y mis ecos

no son distintos. Sólo

más sonoros, más límpidos,

porque el aceite que los va cubriendo

sostiene

el rumor de los pasos que me alejan de ti.

 

EL CABALLERO DE LA MUERTE Y LA MUSA DEL ARROYO


         De Emilio Carrere leí en Madrid, hace más de un década, La torre de los siete jorobados, un libro fantasioso o fantástico que me gustó de tal forma que  a una torre que había en General Oraa, cerca de mi casa, la llamaba como la torre del libro y me la imaginaba llena de jorobados. He atacado ahora su libro de poemas El caballero de la muerte en el que se incluye el famosísimo La musa del arroyo que gozó de gran predicamento en su tiempo. Fue amigo de Pedro Luis de Gálvez, el poeta que dio pie al iluminado de Prada para escribir Las máscaras del héroe, un libro que leí en tres tardes y que reconozco que me gustó. Pero, claro, eso fue antes de que el chico listuco empezara a escribir a tontas y a locas y a pontificar sobre teología. Aun a riesgo de que me digáis que todo me gusta y que a nada le pongo peros, os digo que sus poemas no me han sentado mal y que los hay muy interesantes como por ejemplo el que os acabo de citar. Helo ahí:

I

Cruzábamos tristemente
las calles llenas de luna,
y el hambre bailaba una
zarabanda en nuestra mente.


Al verla triste y dolida,
yo la besaba en la boca.
-¿Por qué aborreces la vida,


risa loca?

No llores, rosa carnal,
que yo robaré el tesoro
de la tiara papal
para tus cabellos de oro.-


Y un espíritu burlón
que entre las sombras había,
al escuchar mi canción


se reía, se reía…

II

De la fría fuente clara
en el sonoro cristal,
la luna brillaba igual
que una moneda de plata.


Temblaba su mano breve
de blanca y sedeña piel.
-¡Que bonita cae la nieve


y que cruel!-

-No tiembles yo haré un corpiño
para tus senos triunfales,
con la pompa del armiño
de los mantos imperiales.-


Y un espíritu burlón
que entre las frondas había,
al escuchar mi canción


se reía, se reía…

III

Noche de desolaciones
eterna, que llame en vano
con la temblorosa mano
en los cerrados mesones.


Lloraba un violín distante
con tanta melancolía
como nuestra vida errante.


-¡Reina mía!

Da tu dolor al olvido;
Yo te contare la historia
de una princesa ilusoria
de un reino que no ha existido.-


Y un espíritu burlón
y cruel que en la calle había,
al escuchar mi canción


se reía, se reía…

IV

¡Triste voluntad rendida
al dolor de la pobreza!
-¡Oh la infinita tristeza
de la amada mal vestida!-


Palabra de amor que esconde
la llaga que va sangrando,
y andar, siempre andar. ¿Adónde?


¿Y hasta cuándo?

-Ya apunta la claridad…
Ya verás como se muestra
propicia y mágica nuestra
madre, la Casualidad.-


Y en la encrucijada umbría
de la suerte impenetrable,
la Miseria, la implacable,


se reía, se reía.

Pues nada. ¡Viva la Bohemia!

 

jueves, 27 de marzo de 2014

RICARDO MOLINA EN MI CÓRDOBA LEJANA Y SOLA





Ricardo Molina a es otro de los poetas de ese grupo cordobés del que tanto os he hablado que fue Cántico. Este año de 2014, he leído mucho a este grupo tan barroco y tan lleno de poesía sensual que tanto me gusta. Me ha sido muy difícil encontrar estas poesías completas de Ricardo Molina, pero al fin he hallado estas de Visor. No os digo más. Leed este poema de Molina y disfrutad. Es su Elegía XVII y trata sobre Córdoba, esa ciudad que visité hace muchos años y a la que no puedo, por el momento, regresar. Mientras, los poemas de los poetas de Cántico me curan el deseo.




Amanece en las calles. Córdoba se despierta.
Ya es de día. Te amo.
Ya van camino del río los areneros
con sus palas, sus asnos.
El invierno se va. La niebla se disuelve
en torno de los álamos.
            
Crecido viene el río como mi corazón.
Tu recuerdo desborda como el río mi vida
inundándola toda con sus aguas violentas
donde flotan almiares, animales que aúllan,
negros troncos de árboles y despojos y ruedas.
            
Oh tú que una mañana -se diría esta misma-
paseaste conmigo, de mi brazo. mirando
los rojos remolinos estrellarse en el puente
que custodia impasible un arcángel de mármol.
            
Todo era igual. Diríase que no ha cambiado nada.
En San Francisco tocan las campanas a misa.
La Posada del Potro ha abierto ya sus puertas
y hay en el suelo paja que cayó de los carros,
y labriegos, y mulos que beben en la fuente.
            
Todo es igual. Diríase que no ha cambiado nada.
Amanece y te amo. Aún es Córdoba bella...
Tu casa está cerrada. ¿Me esperas todavía?
¿Duermes, o acaso esperas que llegue hasta tu
puerta?
            
Imposible. Aquel tiempo ya pasó para siempre.
Pero dime que todo es una pesadilla.
Dime que no han pasado los años, amor mío.
Dime que no has dejado de amarme, dulce amiga.

domingo, 23 de marzo de 2014

OTRO POETA QUE ES ALGO MÁS QUE UNA CALLE MATRITENSE


 
Cuando era pequeño, en aquel Madrid de taxis negros y rojos, mi abuela Patrocinio se refería a la calle Ortega y Gasset como la calle Lista. También hacía lo propio con García Morato  a la que llamaba Santa Engracia. Ella había vivido en el Madrid de antes de la Guerra y llamaba a las calles por el nombre de los años treinta. Ese tal Lista me llamaba la atención y no entendía por qué le habían quitado la calle para dársela a don José, el ilustre filósofo. Más adelante supe que don Alberto Lista había sido maestro de Larra y ahora, años después, he accedido a su obra gracias a esos libros de poetas de los años veinte que leo con fruición. Por el prólogo de este libro, de Fernando Castán Palomar, se cuenta que don Marcelino Menéndez Pelayo lo tildó de masón en su Historia de los heterodoxos, pero sus discípulos del colegio gaditano de San Felipe Neri sólo vieron en él su virtud cristiana y su celo sacerdotal. Sin embargo, don Marcelino que ya sabemos cómo se las gastaba, siguió en sus trece y prefirió defendella a enmendalla contestando a los exalumnos que “ el Lista de San Felipe Neri no era el Lista de 1812”. Sea como fuere, sus poemas nos han gustado por su gusto clásico y su perfecta métrica. Ahí os va uno que quizás no sea el mejor del mundo pero que me recuerda a Bocage, el gran poeta portugués.

En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.

Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.

De la amistad la plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,
ni al labio, ni a la cítara confío.

Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón entiende
la muda voz que le dirige el mío.


martes, 11 de marzo de 2014

BLANCA ANDRÉU



Cuando un servidor estaba en la facultad, estaba de moda leer a la Blanca Andréu que era la poesía más moderna que se podía leer. El libro de la niña de provincias que se vino o se fue a vivir en un Chagall estaba en boca de todos aunque yo, que era bastante brutillo, no había leído nada moderno y me había quedado en Miguel Hernández y en Sombra del Paraíso. Por aquel libro le habían dado allá por el año 1980 d. C el premio Adonais. Yo no entendí nada en aquella lectura con caballos de marihuana (cito de memoria, que me perdone Blanca Andréu) y no volví a tocar el libro hasta que la poetisa fue a Ávila. Entonces leyó cosas de este libro y de otros que había escrito después como, por ejemplo, el de Elphistone. Al acabar, hablé con ella y le dije que me había gustado sus últimos poemas. Se sintió halagada y yo me marché para la bien abastecida biblioteca abulenses en donde saqué en préstamo también su Báculo de Babel, por el que había recibido el Fernando Rielo de poesía mística. Ahora he regresado de nuevo a su lectura y os dejo unos poemas de aquel libro que prologó Francisco Umbral del que Blanca Andréu fue musa cuando desde provincias se vino a un Chagall. Por cierto, he releído este libro fundamental en la poesía española moderna ya me voy enterando. Señal de que en veinticuatro años algo he madurado en mis lecturas.

DI QUE QUERÍAS SER CABALLO ESBELTO

Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo mítico,
o acaso nombre de tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morirte en su substancia, ser columna.

Di que demasiadas veces
astrolabios, estrellas, el nervio de los ángeles,
vinieron a hacer música para Rilke el poeta,
no para tus rodillas o tu alma de muro.

Mientras la marihuana destila mares verdes,
habla en las recepciones con sus lágrimas verdes,
o le roba a la luz su luz más verde,
te desconoces, te desconoces.




lunes, 3 de marzo de 2014

ALGUIEN MÁS QUE UNA ESTACIÓN DE METRO EN MADRID



Para muchos,  Quintana no es más que una estación de Metro en la línea cinco de Madrid. Para otros, una estatua de piedra blanca cerca de la Plaza de España, también en Madrid. Algunos pocos saben que fue un poeta que nació en el XVIII y que murió en el XIX. Muy pocos hay- y perdón por mi soberbia-  que nos hayamos aventurado por sus versos. Aunque, todo hay que confesarlo, sea una antología pequeña de la colección Los poetas, aquella que por 5 pesetas se vendía en las librería allá por los años veinte. Se abre este libro con unas palabras de don Marcelino Menéndez y Pelayo diciendo que Quintana fue el mejor poeta del XVIII aunque vivió en el XIX  y que su poesía no es menor que la de, por ejemplo, Schiller o André Chenier. En comparación con el primero, creo que don Manuel José queda algo en evidencia y, en relación al segundo, me falta un conocimiento directo de la obra de Chenier que se subsanará en breve y que os contaré en este blog, Deo volente. Por el momento, como a cada día le basta su afán, nos quedamos con Quintana del que os pongo un fragmento de su oda al mar – que no le gustaba a mi muy admirado Fernández Nieto por exceso de retórica, dolencia que, por otra parte, padece toda la poesía de Quintana y del XVIII. La lectura de esta antología me ha parecido algo fría, sin demasiada pasión, pero tampoco despreciable. A mí, que soy madrileño de nacimiento, me hace mucha gracia eso de recordar al mar desde el Manzanares. Sería en invierno, don Manuel José, porque lo que es en verano a mí no me recordaba más que un arroyo y de poca corriente pese a las gaviotas que, en los años ochenta, se fueron a vivir a sus aguas para que Caco Senante les dedicara una canción.

ODA AL MAR

Calma un momento tus soberbias ondas,
Océano inmortal, y no a mi acento
con eco turbulento
desde tu seno líquido respondas.
Cálmate, y sufre que la vista mía
por tu inquieta llanura
se tienda a su placer. Sonó en mi mente
tu inmenso poderío,
y a las playas remotas de occidente
corrí desde  el humilde Manzanares
por contemplar tu gloria,
y adorarte también, Dios de los mares.




NIKOS KAZANTZAKIS




En julio del año pasado, le compré a Miguel, el gran librero de Sandoval, El lirio y la serpiente de Nikos Kazantzakis. Desde algunos libros de mis portugueses o del mismísimo Neruda, no me había sentido tan impresionado por un texto amoroso. Pasión desbordante para una historia real, cuando el poeta se escapó con una inglesa que era su profesora de inglés y brindaron al amor en las laderas del monte Ida. Fruto de esa pasión fue este libro que rebosa luz y calor, tardes doradas y mañanas de miel como decía Miguel Hernández. Os recomiendo que lo leáis si es que aún tenéis sangre en las venas.