lunes, 31 de marzo de 2014

LA CARTUJA DE PARMA


 
Hace ya muchos años que  leí Rojo y Negro,  la novela del autor al que Ortega llamaba archinarrador del Altísimo. Ahora, he aprobado una asignatura pendiente que tenía al terminar estos días atrás La cartuja de Parma, la segunda novela más conocida de don Henri Beyle, más conocido como Stendhal. La novela , para mí, tiene dos momentos bellísimos y un final demasiado acelerado. Vamos por partes como Jack el destripador.
     El primero de los momentos de gloria es precisamente cuando Fabricio del Dongo se va a Warterloo para conocer a Napoleón y se cubre de gloria , pero en el peor de los sentidos; el segundo, cuando, encerrado en una torre, conoce a Clelia Conti, hija del general que es, por mal azar,  su carcelero. Sólo Stendhal podría narrar así un amor. El final es demasiado acelerado y Beyle se trastabilla para contar en tres páginas lo que tendría que haber  contado en algunas más. Parece ser, según Consuelo Bergés, gran traductora y conocedora de Stendhal, que el editor le puso las peras al cuarto en el sentido de que tenía que recortar el manuscrito y don Enrique lo recortó quizás por donde no debía. Lo que sí es cierto, lo dijera o no el editor, es que a la novela le sobran, como dice un buen amigo mío, doscientas páginas. Yo os recomiendo su lectura porque es un clásico y porque merece conocer las intrigas de Parma que son como una pequeña visión de lo que serían las grandes cortes europeas con sus camarillas y podredumbres. También porque merece la pena leer ese amor maravilloso entre Clelia y Fabricio y porque… es Stendhal. Rien ne va plus.

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