Hace
ya muchos años que leí Rojo y Negro, la novela del autor al que Ortega llamaba
archinarrador del Altísimo. Ahora, he aprobado una asignatura pendiente que
tenía al terminar estos días atrás La
cartuja de Parma, la segunda novela más conocida de don Henri Beyle, más
conocido como Stendhal. La novela , para mí, tiene dos momentos bellísimos y un
final demasiado acelerado. Vamos por partes como Jack el destripador.
El primero de los momentos de gloria es precisamente cuando
Fabricio del Dongo se va a Warterloo para conocer a Napoleón y se cubre de
gloria , pero en el peor de los sentidos; el segundo, cuando, encerrado en una
torre, conoce a Clelia Conti, hija del general que es, por mal azar, su carcelero. Sólo Stendhal podría narrar así
un amor. El final es demasiado acelerado y Beyle se trastabilla para contar en
tres páginas lo que tendría que haber contado en algunas más. Parece ser, según
Consuelo Bergés, gran traductora y conocedora de Stendhal, que el editor le
puso las peras al cuarto en el sentido de que tenía que recortar el manuscrito
y don Enrique lo recortó quizás por donde no debía. Lo que sí es cierto, lo
dijera o no el editor, es que a la novela le sobran, como dice un buen amigo
mío, doscientas páginas. Yo os recomiendo su lectura porque es un clásico y
porque merece conocer las intrigas de Parma que son como una pequeña visión de
lo que serían las grandes cortes europeas con sus camarillas y podredumbres.
También porque merece la pena leer ese amor maravilloso entre Clelia y Fabricio
y porque… es Stendhal. Rien ne va plus.
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