Nunca había leído a Zola, pero no me preguntéis los motivos.
Hay lecturas que se van acumulando y lagunas que van creciendo con las lluvias
del otoño de la edad. Sin embargo, algún día, hay que empezar a desecar estas
lagunas y adentrarse en ligero esquife para poder llenar ese vacío. Para tal
menester, compré – de viejo, como casi siempre – una traducción de La Bête Humaine de Antonio Sánchez
Barbudo, erudito profesor de quien recuerdo un libro dedicado a los poemas de
Antonio Machado. El libro de Zola es sensacional. Nadie que lea esa tormenta
bajo la nieve con Jacques a los mandos de la Lyson y Pecqueux de fogonero puede
quedar indiferente. Y éste es tan sólo un pasaje de un libro cuajado de grandísima
literatura, de esa que deja regusto en la boca como un buen vino. Sin embargo,
los personajes actúan movidos, como en la tragedia griega, por fuerzas que los
superan y que los convierten en peleles. Jacques mata porque tiene que matar,
movido por un impulso atávico y genético que le lleva a matar a la mujer que
ama como el macho destripaba a la hembra en las selvas remotas de la humanidad;
Flora no puede dejar de amar a Jacobo y hace que descarrile el tren con tal de
matar a su amado y a Severina; Roubaud mata
al presidente de la compañía llevado por los celos. Curiosamente, el único
“buen salvaje”, Cabouche, es el que
carga con la culpa de un crimen que no
ha cometido. Hasta la locomotora (los trenes son un personaje más en la novela)
enloquecida arrastra a los pasajeros a la muerte. Pero así era el naturalismo
en el que el libre albedrío del hombre se veía reducido a la nada. Servidor,
que sí que había leído y mucho a la Pardo Bazán ha podido comprobar que la
condesa era naturalista descafeinada en comparación con el padre del movimiento
literario. En definitiva, una gran novela para empezar el año que recomiendo a
todo aquel que no tenga el gusto estragado por la horrible literatura que se
expende en los centros comerciales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario