Estimado don Jacinto:
¡Pero qué bien conocía usted el alma femenina! En
estas cartas vemos el alma de la mujer y las costumbres de la sociedad de
principios del veinte como en un libro de psicología social. Es una pena que sus
obras apenas se repongan porque escribía usted muy bien. Yo le recuerdo del
colegio con sus Intereses creados,
con ese Crispín que ve las dos ciudades cuando van llegando a ella él y Leandro.
Tengo que confesarle que siempre había querido leer estas cartas, pero otros
libros se me habían adelantado y llevaba con ellas in mente más de treinta años,
que se dice pronto, desde que don José Antonio Ibáñez, mi profesor de Filosofía
en el Colegio del Sagrado Corazón nos habló de esas tres esquelas que revelan
como ninguna el alma de una mujer jugando a tres bandas, con su asociación pía,
con su modista y con su amante. Su lenguaje elegante de alta comedia siempre me
ha gustado y, puesto a recordar, recuerdo a Alberto Closas y a Amparo Rivelles en Rosas de otoño. ¡Ay aquellos años en que el teatro se veía en la
televisión y en los que un Estudio 1
hacía que una ciudad como Barcelona se parara para ver a Concha Velasco y a
Paco Rabal en el don Juan de
Zorrilla! En fin, no quiero cansarle más, don Jacinto, pero le digo que no le
dé por resucitar porque en la España de hoy no iban a tener nada de éxito sus maneras
de escribir. En otra carta, le explicaré
cómo hay que escribir en España hoy si quiere usted llegar a algo. O quizás es mejor
que no se lo diga y que siga usted en el Parnaso rodeado de las Musas y bebiendo
de la fuente Castalia.
Queda suyo afectísimo.
LUIS
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