Nunca
he ocultado mi gran predilección por Pedro Salinas, especialmente desde que
Chacho, mi profesor de Literatura en 3º de BUP, me leí aquello de “Para vivir
no necesito palacios ni torres; que alegría tan alta vivir en los pronombres”.
Ahora he terminado la lectura de Largo
lamento y de El Contemplado, bellísimos libros de una poesía de alta
calidad, de la que ya no queda. Si no, a las pruebas me remito con este
ejemplo:
Tormenta aquí. Pero ¿y allí, donde tú estás?
¿Verás estos relámpagos que veo?
¿Oirás los truenos
con que amenaza inútilmente el cielo
a las estrellas que están detrás imperturbables?
¿Te llorará la noche,
como me llora a mí, mi soledad,
con lágrimas prestadas
y vendederas, lluvia por la frente?
Tus oídos, mis oídos,
tus ojos y mis ojos
¿estarán enlazados
por estos hilos vívidos que tienden
rayo y trueno a través de la distancia?
No. Deseo que estés suelta.
Deseo que tu noche sea pura,
que tu mirada pueda
vacilar, escogiendo lentamente
la estrella favorita
que esta noche te va a servir de almohada.
Ojalá lo que oigas
sea el revés del trueno,
el sonoro silencio
donde se escucha lo que no se dice
y se quiere decir o que nos digan.
No, [no] nos quiero unidos
a costa de que sientas
temblar el mundo como yo lo siento.
Ojalá te rodee
la paz que se merece tu mirada,
y en ti la guardes para mí.
Y que cuando mañana nos veamos
y se encuentren tus ojos con mis ojos
tu recuerdo derrote a mi recuerdo
como derrota el ángel a la sombra.
Y que en el día nuevo
sea tu
cielo el que nos acompañe.
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