Hay
poemas que se llevan en el fondo del alma como éste de Vicente Aleixandre, mi
muy querido don Vicente Aleixandre. Lo pusieron en Navarrulaque, un paraje
mágico de Cercedilla, hace ya muchos años en lo que se conoce como la senda de
los poetas, un hermoso lugar para contemplar toda la llanura de Madrid desde la
Sierra del Guadarrama. No voy a entrar en detalles, pero el ruiseñor que
pusieron en bronce lo robaron varias veces y, al final, tan sólo quedó el
poético de don Vicente. También dejaron las obras de Luis Rosales en su mirador
y, llevadas por los vientos serranos, “volaban” al bolsillo de gentes quizás no
tanto interesadas en la poesía como en la cleptomanía. Pro que nada turbe la
paz de este poema:
ADIÓS A LOS CAMPOS (
Fragmentos)
No he de volver, amados cerros, elevadas montañas,
gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais.
Desde esta suma de piedra temerosa diviso el valle.
Lejos el sol poniente, hermoso y robusto todavía, colma de amarillo esplendor
la cañada tranquila.
Y allá remota la llanura dorada donde verdea siempre el inmarchito día,
muestra su plenitud sin fatiga bajo un cielo completo.
¡Todo es hermoso y grande! El mundo está sin límites.
Y solo mi ojo humano adivina allá lejos la linde, fugitiva
mas terca en sus espumas,
de un mar de día espléndido que de un fondo de nácares tornasolado irrumpe. (…)
No he de volver, amados cerros, elevadas montañas,
gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais.
Desde esta suma de piedra temerosa diviso el valle.
Lejos el sol poniente, hermoso y robusto todavía, colma de amarillo esplendor
la cañada tranquila.
Y allá remota la llanura dorada donde verdea siempre el inmarchito día,
muestra su plenitud sin fatiga bajo un cielo completo.
¡Todo es hermoso y grande! El mundo está sin límites.
Y solo mi ojo humano adivina allá lejos la linde, fugitiva
mas terca en sus espumas,
de un mar de día espléndido que de un fondo de nácares tornasolado irrumpe. (…)
Erguido en esta cima, montañas
repetidas, yo os contemplo, sangre de mi vivir que amasó vuestra piedra.
No soy distinto, y os amo. Inútilmente esas plumas de los ligeros vientos pertinaces,
alas de cóndor o, en lo bajo,
diminutas alillas de graciosos jilgueros,
brillan al sol con suavidad: la piedra
por mí tranquila os habla, mariposas sin duelo.
Por mí la yerba tiembla hacia la altura, más celeste que el ave.
Y todo ese gemido de la tierra, ese grito que siento
propagándose loco de su raíz al fuego
de mi cuerpo, ilumina los aires,
no con palabras: vida, vida, llama, tortura,
o gloria soberana que sin saberlo escupo. (…)
No soy distinto, y os amo. Inútilmente esas plumas de los ligeros vientos pertinaces,
alas de cóndor o, en lo bajo,
diminutas alillas de graciosos jilgueros,
brillan al sol con suavidad: la piedra
por mí tranquila os habla, mariposas sin duelo.
Por mí la yerba tiembla hacia la altura, más celeste que el ave.
Y todo ese gemido de la tierra, ese grito que siento
propagándose loco de su raíz al fuego
de mi cuerpo, ilumina los aires,
no con palabras: vida, vida, llama, tortura,
o gloria soberana que sin saberlo escupo. (…)
Sobre esta cima solitaria os
miro,
campos que nunca volveréis por mis ojos.
Piedra de sol inmensa: entero mundo,
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.
campos que nunca volveréis por mis ojos.
Piedra de sol inmensa: entero mundo,
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.
Vicente Aleixandre