Os
confieso que he leído a Antonio Gala. Echado el sapo, os digo, en mi descargo,
que los libros son de poesía: Los sonetos
de la Zubia y Enemigo íntimo. El
último fue accésit del premio Adonáis a principio de los sesenta y el segundo,
publicado en forma de pequeño libro de una colección en la que se recogían los poemas
de amor de Gala. Tras su lectura, creo que a su poesía le falta fuerza, pese a
grandes hallazgos poéticos. Su principal defecto es que cuando escribe, está demasiado pendiente del
tendido y así no se puede torear porque el toro acaba conociendo el vicio y
pegándote la cornada. Para escribir poesía hay que mirarle al toro de frente,
verle venir y hacerle faena. Y luego
saludar al tendido. Es una pena porque el cordobés tiene maneras, pero cae también en el exceso,
en el amaneramiento, en la poesía vacía. Gala hubiera podido ser un gran poeta
como hubiera podido ser un gran dramaturgo si no hubiera mirado tanto al
tendido. Eso sí, en lugar de cornadas se ha llevado muchas orejas, pero de nada
sirven si hemos sacrificado nuestra obra. A Gala, da la sensación de que no le interesa
lo que escribe y tan sólo la fama y el dinero para alimentar a su propio
personaje. Es, en definitiva, lo que podía haber sido y no fue (Lo siento pero
la entrada me ha salido muy taurina. Que los antitaurinos me perdonen.) Amén. Os dejo la letra que escribió para cantarla por sevillanas:
Aceituna en invierno,
trigo en verano.
No te tardes bien mío,
que yo te llamo.
Que yo te llamo, niña,
que yo te imploro.
Y rebosan las ramblas
con lo que lloro.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, que tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Azahares en marzo,
limón lunero,
quién pudiera decirte
cuanto te quiero.
Tanto te quiero, niña,
tanto te amo,
que en cuanto el mar sea mío
te lo regalo.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Olivo en la campiña,
pino en la sierra.
Negritos son los ojos
que a mí me queman.
Que a mí me queman, niña,
que a mí me matan,
y la flor de mi almendro
la desbaratan.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Arroz en la marisma,
pita en la arena.
Mi corazón amante
muerto de pena.
Muerto de pena, niña,
muerto de duelo,
deshojando la rosa
del desconsuelo.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duele hasta el aire
si no te siento.
trigo en verano.
No te tardes bien mío,
que yo te llamo.
Que yo te llamo, niña,
que yo te imploro.
Y rebosan las ramblas
con lo que lloro.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, que tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Azahares en marzo,
limón lunero,
quién pudiera decirte
cuanto te quiero.
Tanto te quiero, niña,
tanto te amo,
que en cuanto el mar sea mío
te lo regalo.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Olivo en la campiña,
pino en la sierra.
Negritos son los ojos
que a mí me queman.
Que a mí me queman, niña,
que a mí me matan,
y la flor de mi almendro
la desbaratan.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.
Arroz en la marisma,
pita en la arena.
Mi corazón amante
muerto de pena.
Muerto de pena, niña,
muerto de duelo,
deshojando la rosa
del desconsuelo.
Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.
Ay, qué tormento,
que me duele hasta el aire
si no te siento.
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