lunes, 25 de mayo de 2015

LA POESÍA DE ANTONIO GALA



Os confieso que he leído a Antonio Gala. Echado el sapo, os digo, en mi descargo, que los libros son de poesía: Los sonetos de la Zubia y Enemigo íntimo. El último fue accésit del premio Adonáis a principio de los sesenta y el segundo, publicado en forma de pequeño libro de una colección en la que se recogían los poemas de amor de Gala. Tras su lectura, creo que a su poesía le falta fuerza, pese a grandes hallazgos poéticos. Su principal defecto es que  cuando escribe, está demasiado pendiente del tendido y así no se puede torear porque el toro acaba conociendo el vicio y pegándote la cornada. Para escribir poesía hay que mirarle al toro de frente, verle venir y hacerle faena.  Y luego saludar al tendido. Es una pena porque el cordobés  tiene maneras, pero cae también en el exceso, en el amaneramiento, en la poesía vacía. Gala hubiera podido ser un gran poeta como hubiera podido ser un gran dramaturgo si no hubiera mirado tanto al tendido. Eso sí, en lugar de cornadas se ha llevado muchas orejas, pero de nada sirven si hemos sacrificado nuestra obra.  A Gala, da la sensación de que no le interesa lo que escribe y tan sólo la fama y el dinero para alimentar a su propio personaje. Es, en definitiva, lo que podía haber sido y no fue (Lo siento pero la entrada me ha salido muy taurina. Que los antitaurinos me perdonen.) Amén. Os dejo la letra que escribió para cantarla por sevillanas:


Aceituna en invierno,
trigo en verano.
No te tardes bien mío,
que yo te llamo.

Que yo te llamo, niña,
que yo te imploro.
Y rebosan las ramblas
con lo que lloro.

Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.

Ay, que tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.

Azahares en marzo,
limón lunero,
quién pudiera decirte
cuanto te quiero.

Tanto te quiero, niña,
tanto te amo,
que en cuanto el mar sea mío
te lo regalo.

Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.

Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.

Olivo en la campiña,
pino en la sierra.
Negritos son los ojos
que a mí me queman.

Que a mí me queman, niña,
que a mí me matan,
y la flor de mi almendro
la desbaratan.

Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.

Ay, qué tormento,
que me duela hasta el aire
si no te siento.

Arroz en la marisma,
pita en la arena.
Mi corazón amante
muerto de pena.

Muerto de pena, niña,
muerto de duelo,
deshojando la rosa
del desconsuelo.

Cuando suspiro,
hasta el aire me amarga
si no te miro.

Ay, qué tormento,
que me duele hasta el aire
si no te siento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario