En el
día de hoy, veinticuatro de mayo de dos mil quince, el lector ha alcanzado sus
últimos objetivos: la lectura de Enrique
el Verde de Keller ha llegado a su fin. La lectura ha concluido. ¡Viva
Keller! Perdón por copiar el parte de guerra con que Franco anunció el final de
la Guerra Incivil, pero es que la lectura de Keller ha sido una pequeña guerra
que ha tenido sus tácticas. Como el libro es muy grueso, no me lo podía cargar
en la mochila de maletilla de la enseñanza y aprovechaba los días en que me
toca llevar coche para que fuera él el que me lo transportara. Así pues los leía
los martes y, cargando con él en la mochila, los viernes además de los fines de
semana que era cuando aprovechaba para darle un buen tajo. Al final, deciros
que no me ha acabado de llenar. No se puede ni se debe llegar a un libro con
demasiadas expectativas y eso es lo que me ha ocurrido con Keller, que he
llegado a él con unas expectativas que luego el libro no me ha cumplido. No es
que esté mal escrito porque está muy bien escrito en un estilo realista, pero
en la “formación” del protagonista, Enrique el Verde, hay demasiadas cosas que
creo que no tienen el interés suficiente para que se cuenten y, por esa razón,
el libro se me ha hecho algo pesado cosa que no me había ocurrido nunca con una
“novela de formación” que es un genero que me encanta. El libro trata del
Keller pintor y sólo se menciona un libro que le encuadernaron en verde en
donde fue escribiendo su vida y que luego conformó Enrique el Verde. A Keller
lo conocía de sus cuentos suizos y tengo en la lista de espera una historia de
peineros que promete. Cuando me termine ese último libro ya os contaré.
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