Viendo
Sangre de mayo, serie de Garci que,
basándose en Galdós, traza un dibujo de la España de 1808 con la entrada de los
franceses y el previo motín de Aranjuez, salen Máiquez, en interpretación del
difunto Carlos Larrañaga, y Comella, el comediógrafo con el que Moratín tenía
sus más y sus menos. Comella, el pobre, ya no ocupa ni la letra pequeña de los
libros de texto, pero curiosamente (o no tan curiosamente pues la Ilustración
no era patrimonio de Moratín) trata en la obra que he leído, El abuelo y la nieta, de la “mala
educación” que recibían las señoritas a finales del siglo XVIII que eran, poco
más o menos, como una muñequita que sabía tocar el piano, decir algo en francés
y ponerse el miriñaque. Esta preocupación por la educación es propia de la
Ilustración por lo que no tenemos que ver al pobre Comella como un butifarrero.
La comedia tiene partes cantadas y con música y partes recitadas y, todo hay
que decirlo, aunque no sea una obra maestra, se deja leer y supongo que en su
época distrajo mucho e hizo pensar y reír a las gentes que la vieron en el
teatro. Escrita por un catalán en castellano (otro maldito traidor a la santa
causa, diría el señor Artur Mas) me ha reportado un ratillo agradable mientras
el verano de 2015 iba diciendo adiós y las piscinas, con el viento de
septiembre, cerraban sus puertas y tapaban sus aguas.
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