Sabido es que Franz Liszt,
tras una vida no precisamente santa, decidió entrar en religión y recibir las órdenes menores. Estaba en Roma
Liszt y el papa Pío Nono fue el encargado de confesarlo. El papa que, por lo
que os voy a contar, tenía sentido del humor además de haber dado nombre a unos
deliciosos pasteles que, aunque originarios de Granada, también se pueden
adquirir en la madrileña y serrana villa de Miraflores de la Sierra, metido en
el sacramento de la penitencia con el músico desde hacía un buen rato y después
de que el músico húngaro le hubiera relatado parte de su bien nutrida lista de
amantes y amoríos que, sin llegar a las diez mil de algún macho ibérico
oficial, no debía de ser manca, es fama que le dijo al músico: “Basta ya,
querido Liszt, tengo suficiente. Confesad el resto de vuestros pecados al
piano”. Y lo que ya no se cuenta es cuánto tiempo estuvo don Franz tocando el
piano tras hablar con el Papa Pío Nono, pero como ya sabemos que tocaba tanto y
tan bien…
lunes, 26 de octubre de 2015
EL DUQUE DE RIVAS EN MI BICICLETA
Mi primer conocimiento de Ángel Saavedra, duque de
Rivas, se lo debo a mi abuelo Luis que tuvo la idea de decorar con vitolas de
puros los tubos de mi bicicleta BH y en esas vitolas venían pintados los
escritores más importantes. La de don Ángel caía justo en el tubo horizontal en
el que se apoya el sillín y , cada vez que montaba, mis ojos se iban sin querer al noble
duque escritor. Más tarde, leí su don Álvaro y
me hice muy devoto de La forza del
destino de Verdi. Y ahora he regresado, en este otoño mollar y melancólico
a la lectura de sus Romances, tan
bellísimos y tan llenos de esa musicalidad tan romántica y que tanto se echa de
menos en la poesía actual. Colón, Castaños, San Francisco de Borja y otros
héroes pasan por los poesía apasionada del duque.
¡Gracias, don Ángel, por sus poemas y por los años que me acompañó
en mi bicicleta!
Mísero leño
Mísero leño, destrozado y roto,
que en la arenosa playa escarmentado
yaces del marinero abandonado,
despojo vil del ábrego y del noto.
¡Cuánto mejor estabas en el soto,
de aves y ramas y verdor poblado,
antes que, envanecido y deslumbrado,
fueras del mundo al término remoto!
Perdiste la pomposa lozanía,
la dulce paz de la floresta umbrosa,
donde burlabas los sonoros vientos.
¿Qué tu orgulloso afán se prometía?
¿También burlarlos en la mar furiosa?
He aquí el fruto de altivos pensamientos.
Mísero leño, destrozado y roto,
que en la arenosa playa escarmentado
yaces del marinero abandonado,
despojo vil del ábrego y del noto.
¡Cuánto mejor estabas en el soto,
de aves y ramas y verdor poblado,
antes que, envanecido y deslumbrado,
fueras del mundo al término remoto!
Perdiste la pomposa lozanía,
la dulce paz de la floresta umbrosa,
donde burlabas los sonoros vientos.
¿Qué tu orgulloso afán se prometía?
¿También burlarlos en la mar furiosa?
He aquí el fruto de altivos pensamientos.
ENRIQUE MENÉNDEZ PELAYO Y SU GAVIOTA
En nuestra Cantabria, también hay historias tristes
y ésta que nos cuenta Enrique Menéndez Pelayo, - sí, habéis leído bien, Ernesto
y no Marcelino- es la de una golondrina que no volvió a La Montaña por la
primavera y que se quedó por las tierras del Sur. Retrata muy bien el hermano
de don Marcelino los tipos cántabros: el hidalgo, Rosuca, el médico; y retrata
también muy bien el amor, la espera y el dolor de ese hidalgo montañés. A lo
largo de la novelita, vamos sabiendo por los otros personajes y por las cartas
cómo es la gaviota gaditana y vemos que el hermano de don Marcelino era un buen
escritor que tuvo la mala suerte de ser hermano de quien lo fue. Pero Enrique
se lo tomó con calma y le ordenaba los libros en la biblioteca y, a ratos
libres, escribía novelas cortas de tan buena calidad y factura como La gaviota
y escribía poemas que, cuando los lea, os los comentaré. Merece que Enrique
salga del halo de sombra de don Marcelino.
domingo, 11 de octubre de 2015
ELIAS LÖNNROT Y EL KALEVALA
En mayo pasado os contaba del Kalevala traducido por
Alejandro Casona, ese gran actor teatral asturiano y os confesé que me quedaba
con ganas de más. Así que me programé para el verano la lectura del verdadero
Kalevala, el de Elias Lönnrot, que, prologado por Agustín García Clavo y con un
estudio suyo sobre la métrica finesa (Agustín daba para todo y más), tradujeron
al español para la Editora Nacional, - esa gran editorial que los del PSOE
desmantelaron nada más entrar en el poder porque se pensaban que tan sólo había
publicado Raza-, Joaquín Fernández y Ursula Ojanen. El libro es
maravilloso con una mitología en donde la naturaleza es protagonista incuestionable.
Para oír a Sibelius es fundamental y en ese verano tan caluroso que hemos tenido
este año me ha servido para refrescarme al recorrer las frías tierras finesas.
No os he dicho que el Kalevala, el libro de sagas finlandés, fue escrito por
Lönnrot a partir de poesías populares que fue recogiendo, especialmente, por la
región de Carelia. Se le considera el padre, no sólo de la literatura en finés
sino también de la conciencia de patria finesa. Un placer de lectura.
EL TURRÓN DE CASTUERA
Hoy,
por fin he probado el turrón de Castuera que me había recomendado mi gran amigo
Jesús Sanz, ilustre filólogo vallisoletano y gran degustador de las cosas
pequeñas y sencillas como el anís Machaquito – el que tomaba Tierno Galván – o
este turrón extremeño que me resultaba absolutamente desconocido pues la idea
del turrón me llevaba a Jijona y no hasta este pueblos pacense cerca ya de la
provincia de Córdoba. No se sabe muy bien de dónde proviene esta tradición,
pero se supone musulmana aunque hay también gentes que la llevan hasta los
romanos. Los turroneros de Castuera recorrían Extremadura y la Andalucía Occidental
llevando sus turrones y su viaje duraba desde la Feria de Abril sevillana hasta
la Navidad de ese mismo año. No sé si quedarán turroneros por los caminos de
Extremadura, pero me hubiera gustado conocerlos con su carga de turrón y de
alegría para la Navidad, esa fiesta en que todos nos hacemos un poco más niños
para entrar en el reino de los cielos en el que no faltan los turrones, las
peladillas y los polvorones.
SILBANDO CON IVAN DOIG
Paul
es un inspector de educación en Montana y, en el crudo momento en que tiene que
acabar con las escuelas rurales para agruparlas en un local único en lugares
mayores ( lo que en España, con perdón, llamamos un CRA) va poco a poco
recordando su niñez en un pueblecito de Montana. Y esa niñez, en esas escuelas
rurales, la va describiendo Doig con un trabajo de miniaturista. Las familias
de emigrantes alemanes y eslavos, los campos, su padre viudo que busca una
mujer como ama de llaves que ponga orden en aquella casa con niños junto a
otros personajes de los que me gustaría destacar a Morris, hermano del ama de
llaves que llega hasta Montana desde el Este, que acaba siendo el maestro del
pueblo y que tanto enseña a Paul y tanto nos enseña de sus habilidades para motivar
a ese grupo de muchachos de cinco o seis niveles diferentes en la misma clase
como ocurría en España hasta los años setenta en que los maestro practicaban una
auténtica “diversificación curricular” sin que los pedabobos de turno la
hubieran puesto por escrito. La novela tiene un final que, lógicamente, no revelaré,
pero que enseña a Paul cómo cada persona tenemos dentro una “trastienda” y que
nuestros ídolos a veces no son héroes sino gentes normales que tienen en su
vida episodios oscuros que también sirven para que los demás aprendamos de esos
errores. Una gran novela de este escritor de Montana que está en la estela de
Wallace Stegner o de mi Willa Cather. Por cierto, que la que silbaba era la
señora que cogieron como ama de llaves y que, con el paso del tiempo, llegó a
ser… En fin, que lo leáis.
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