Don José
de Mascarenhas fue duque de Aveiro y se llevaba bien con los jesuitas, pero mal
con el Marqués de Pombal. Y con este marqués ilustrado no se andaba nadie con
bromas. Un día, el rey don José I volvía de una aventura amorosa al Pazo de
Ajuda cuando unos hombres a caballo dispararon contra el coche real. El rey
sufrió una herida grave en un brazo y el hecho se ocultó incluso a la reina,
diciendo que el monarca luso se había caído de una escalera (he oído mejores
escusas para ocultar una cana al aire). Pero don Sebastián José, que todavía no
era Marquês de Pombal, aprovechó la ocasión: el rey había estado con María Teresa
Távora, benjamina de la familia de los Távora que no querían mucho al rey y, aprovechando que el Tajo pasa por Lisboa, se involucró a toda la familia de la muchacha.
Como también se sospechaba de don José de Mascarenhas da Silva e Lencastre,
duque de Aveiro, se aprovechó también la circunstancia para “limpiar” a los
Aveiro y, en un proceso de claro matiz político, se mataron dos pájaros de un
tiro: se masacró a los Távora y se quitó de en medio al duque. No conforme con
esto, el marqués consiguió expulsar a los jesuitas, que se trataban con
confianza con el duque, y uno de cuyos padres, Malagrida, fue encarcelado sin
ninguna piedad y, tras declararlo hereje, le fue dado garrote y quemado en el
último auto de fe que se hizo en Portugal. Era el 12 de setiembre de 1761, es
decir, menos de tres años después del ataque contra el rey. El duque acabó
también ajusticiado y los familiares de los Távora fueron llevados a la cárcel de
la Junqueira de donde no saldrían hasta bastantes años después, tras la muerte
del monarca y la ascensión al trono de su hija María. Ya veis en todas partes
cuecen habas y en nuestra vecina Portugal también hubo sus cosillas. ¡Cosas del
carácter ibérico que tiende a lo poco delicado! Por cierto, que Luis Jaime de Carvajal
y Salas, gran jinete, está emparentado con este pobre don José al que el
marqués, al igual al padre de la muchacha que tuvo a bien acostarse con el rey,
descuartizó. Eran, afortunadamente, otros tiempos.
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