Mi conocimiento de Albacete era,
hasta hace unos días, muy pobre. Se limitaba a la industria de cuchillos y
navajas; a la base de Los Llanos y a la Sierra de Alcaraz, en donde mataron al
Pernales y al niño del Arahal. También tengo un recuerdo de Albacete, el único
de toda mi vida pues jamás volví a poner los pies en tan curiosa tierra, de una
calle con un frío polar y unos adolescentes que me pareció que iban en manga
corta o al menos con menos ropa que un servidor al que su santa madre llevaba
cubierto con gorro de verdugo y bufanda anudada para que no me entrara el frío
en mi muy delicada garganta. Aquel chaval con un polo blanco, que debía de ser
el amo de la pandilla y que lo quería demostrar yendo en manga corta, es lo
único que recuerdo de Albacete. Por supuesto, conozco los dichos célebres, pero
mi cortesía y mi respeto por aquella tierra me hacen callar: no hablaré por
tanto de ningún proceso defecatorio y tampoco de viejos ni de viejas, pero sí
que os hablaré de un grupito de poetas que están publicando y ganando premios.
Pero hoy os quiero hablar tan sólo de
que la poesía ya existía antes de estos poetas jóvenes por los que yo he
conocido este Albacete literario y así me entero de que existe, desde hace unos
años, un grupo llamado Alcandora que
organiza jueves literarios y que en 2001, se publicó un libro que lleva por
título Las 70 mejores poesías de autores
de Albacete de Andrés Gómez Flores. En fin que “el Nueva York de la Mancha”
como lo llamaba Azorín no es un yermo en el que los madrileños de vuelta de
Levante se paran a hacer sus necesidades, sino que hay toda una vida literaria
que estos madrileños, siempre apresurados,
se pierden por motivos escatológicos. ¡Que pena!
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