La
ciudad no es para mí es toda una película de culto para el que estas
líneas escribe. Sé que los pedantones al
paño se mesarán sus barbas y se rasgarán sus túnicas de diseño con esta
declaración que me sale del corazón. (Un pareado) Y de esta película tan
denostada señalo tres momentos:
El primero es cuando, el padre,
don Agustín, labrador de Calacierva, pueblo aragonés baja a Madrid porque allí vive su hijo, ilustre
médico. Su nuera lleva una vida de relaciones sociales en las que el pobre maño
no tiene cabida. Lo recluye en la cocina porque se avergüenza de él. Sin
embargo, cuando Luchi se líe con un medico ayudante de su marido, (que
interpreta un joven Sancho Gracia), el
abuelo salvará su matrimonio.
El segundo es cuando le pide
dinero a su hijo y éste abre su cartera y le da unos cuantos billetes. Pronuncia entonces don Agustín unas palabras preciosas
y llenas de verdad: ¡Pensar que en la
cartera de un hombre cabe la felicidad de tantas personas!
El tercero es otro momento
bellísimo: el padre, que había viajado hasta Madrid con el retrato de su
difunta esposa, quita un carísimo cuadro de Picasso y coloca el cuadro en el
salón del comedor; su hijo, asombrado, le
dice: ¡Pero padre ¿cómo ha quitado el Picasso?! ¡Vale un millón! Y don Agustín
le dice a Agustinico: y un cuadro de tu madre ¿no vale más de un millón?
Finalmente, el cuarto
momento, uno más de los muchos
maravillosos que tiene la película es cuando don Agustín relata cómo se acuesta
en Calacierva:
“Cuando me acuesto, echo una pata
a Francia y otra a Italia y me duermo como un bendito” ¿Cuántos podemos decir
lo mismo?
No os dejéis engañar por los progres
y, si podéis, durante estas Navidades,
ved esta película maravillosa en la que un simple aldeano de Calacierva les
lleva a sus hijos ricos la honradez, la sinceridad y el amor. ¡Casi nada!
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