Las
verdad, no me parece justo que le haya dedicado una entrada a don Álvaro Domecq
y no haga lo propio con don Ángel Peralta porque tanto montaba uno como el
otro. Más joven don Ángel – había nacido en La Puebla del Río en 1926-, y más
longevo pues nos abandonó a los noventa y dos años, en el 2018, eso sí,
habiéndose hecho un paseíllo a caballo con ochenta y cinco años Era el
sevillano caballista, poeta, actor y un largo etcétera porque el artista que lo
es de verdad lo es en diversas facetas. Pero no quiero entrar por caminos
trillados, por caminos que se pueden encontrar en la memoria de la tauromaquia española
y sí quiero entrar por el camino de la excelsa caridad con la que don Ángel
adornaba su vida. Vamos con la historia.
Corría
la segunda mitad del pretérito siglo XX cuando, en Medina de Rioseco, la casa – asilo Sancti Spiritus y Santa Ana
vivía de la caridad que, por la escasez terrible que padecía España, no podía
ser mucha. Fue entonces cuando se le
ocurrió a una de las madres, María Domeño, pedir ayuda a algún rejoneador que triunfara
por aquellos años cincuenta. Y don Ángel no se lo pensó: cogió sus caballos y
se vino para Rioseco en donde estuvo toreando desde el año 1954 al año 2005,
muchas veces acompañado por su hermano y también eximio rejoneador, Rafael
Peralta. Rioseco, como no podía ser menos, le nombró hijo adoptivo, le dedicó
una calle y un busto de bronce y, lo más importante, le dedicó todo su amor y
hasta llegó a nombrar el día de la corrida como el día de “san Peralta”. Su
muerte fue muy sentida en esta ciudad de los Almirantes de Castilla, esos que
nunca vieron el mar, pero que se lo imaginaban desde el cerro del Moclín.
Don
Ángel nos ha dejado libros maravillosos y faenas de ensueño. A mí, la verdad,
me gustaría ver esos mano a mano que se harán Peralta y Domecq por esos ruedos
que lleva con “mano de santo” San Pedro Regalado por las ciudades celestes.
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