En las
muy beatíficas y seráficas horas del segmento de ocio (antes el recreo), nos
vamos los esforzados profesores a tomar un café a escondidas a un bar de
Valladolid, cercano al Instituto, que se llama El Cenachero. ¿Qué significa tan
curioso nombre? Pues se ve que estamos lejos de Málaga la bella porque en
Málaga, un cenachero, es un vendedor ambulante de pescado que lo trasporta en
sus cenachos que no son sino unos cestos de mimbre en los que el pescadero (
¿cómo no pensar en Antonio Amaya y su pescadero?) lleva boquerones, sardinitas y
jureles “pa freír” como cantaba el gran cantante granadino. En Málaga, hay una
estatua dedicada al cenachero obra de Jaime Fernández Pimentel y, para que
veáis que me he informado, en Mobile, en Alabama, EEUU, hay, en una plaza
dedicada a Málaga, una réplica exacta de
la estatua del cenachero.
Y
es que Málaga, la ciudad de la alegría del gran Vicente Aleixandre, es mucha
Málaga y sus pescados, muchos pescados. Os dejo con los versos de otro gran poeta
malagueño, Salvador Rueda, uno de los iniciadores del Modernismo en España, que,
puesto a alabar al cenachero, lo retrató así:
EL CENACHERO
«Allá van sus pescadores
con los oscuros bombachos
columpiando los cenachos
con los brazos cimbradores.
Del pregón a los clamores
hinchan las venas del cuello:
Y en cada pescado bello
se ve una escama distinta,
en cada escama una tinta
y en cada tinta un destello.»
SALVADOR RUEDA (1857-1933).
Y me voy que ya me huele a los jureles fritos.
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